“7 años” es una película que cuesta tropecientos millones menos que “Origen” y dura tropecientos minutos menos; con peores actores, peor diseño de producción, sin escenas impresionantes, pero con un pequeño detalle que la hace ligeramente mejor: la explicación de las reglas del juego acaban a los 20 minutos y se puede empezar a jugar durante el resto de metraje.

La verdad es que no quiero decir mucho más para no destripar nada sobre una película que cumple muchos de los hitos que a veces infravaloramos en el cine: es corta, es sencilla, poco ruidosa o alambicada y es humana - aunque opte por estereotipos bastante maniqueos-.

Es, sobre todo, una película cómoda de ver, que te deja una sensación de incomodidad que pocas logran. Una película sencilla, donde toda tu atención y tu pensamiento puede dirigirse al aspecto moral de la situación que presenta.

Por todo esto, y siendo que el cine es, mayoritariamente, un juego de “primeras partidas”. 7 años es una película más disfrutable que la hipervitaminada Origen, porque esta última te quita las ganas de jugar antes de desplegar el tablero.

Esto no quiere decir que “7 años” no contenga muchos de los tropos que tantas veces he criticado: premisa complaciente con los guionistas (poco caos), efecto pelele (personaje que está ahí para que le expliquen verbalmente la situación y que el espectador se entere), y mensajes ideológicos mal camuflados entre los diálogos (lo cual desencadena comportamientos poco naturales). Pero aun con todo, cumple perfectamente la función de pasar un rato entretenido y dar un poco que pensar. Además, creo que está hábilmente rematada.