Para que nos entendamos: el argumento de esta nueva aventura del motorista fantasma debió escribirse en la servilleta de un bar y nunca jamás fue revisado con posterioridad. Y por ahí se desangra este bodrio inaceptable. Nada está bien contado, ni tiene sentido, ni sirve de nada, ni consigue remotamente interesar al espectador.

El resto de los elementos de la película -que es barata pero ello no tiene por qué resultar un obstáculo, como todo buen aficionado sabe- se van contaminando de esa pobreza argumental, de esa indolencia del guión, al punto de que incluso el rodaje, la música, la fotografía y el montaje parecen descuidados, poco técnicos, y en algún momento incluso con pinta de trabajo de fin de curso para una escuela de cine. Así, ocurre que ni tan siquiera la estética del motorista -el último bastión- la salva del desastre. Y Nicholas Cage, que ultimamente rueda cualquier cosa, pulula por la pantalla como un elemento más del paisaje tratando de imponer presencia, lo cual nunca logra al verse obligado a no decir otra cosa que tonterías.

Para remate, el espectador que acude a esta película claramente entregado, pues en otro caso no iría, y que pasa noventa minutos soportando el destrozo indecente y sistemático de un excelente, incluso mítico, personaje de cómic, se encuentra con una resolución final de la aventura tan torpe y lamentable que le provoca sonrisillas de nerviosa incredulidad.

Un telefilme caro diseñado para satisfacer a los muy aficionados del "rider" -lo cual no consigue- que debió ir directamente al mercado del DVD. Poco más. Nada más.

¡¡¡¡Quiero mi dinero!!!!