Me cuesta digerir y expresar la inesperada tristeza que me ha dejado ver este documental.
La muerte de Kitty Genovese marcó un antes y un después. Muchos conocemos su historia, muchos hemos leído su nombre incluso en nuestras asignaturas universitarias. El resumen es fácil: mujer muere apuñalada tras tres ataques en la calle y 40 minutos de agonía con docenas de vecinos de testigos que no movieron un dedo para ayudarla. Ese es el resumen. Eso dice la Wikipedia. Eso es lo que explotaron los medios de información. Eso es todo lo que sabía su familia.

El hermano más pequeño, que era un niño cuando sucedió, lleva 50 años aferrado a una obsesión: descubrir la verdad de aquella aciaga noche.

Este documental acaba transmitiendo un mensaje que no creo que fuese intencionado: la Verdad no siempre te hace libre, la Verdad tiene un apetito voraz, que nunca se conforma con nada a medias, la Verdad es un jugador implacable, inmoral, casi psicópata, al que le importa entre poco y nada cómo te sientes, cómo encajas cada nuevo golpe, si necesitas tomar un respiro. La Verdad es un enorme monstruo marino de infinitos tentáculos.

Por otro lado, dejando al margen el leit motiv de la reconciliación familiar con ese trágico suceso que ha marcado sus vidas, el documental extrae a la luz y reaviva la increíble manipulación, oportunismo, fraude, me atrevo a decir, al que nos someten los medios de comunicación y en quien aparentemente confiamos. Es francamente desesperanzador lo expuestos que estamos a creernos todo cuanto leemos, oímos, vemos e incluso vivimos.

No sé si decir que es un documental recomendable. No sé si quiero que tú, lector, que estás barajando darle una oportunidad, te quedes con la misma sensación amarga que me he quedado yo. Lo dejo a tu discreción.

Todo cambia, y todo sigue igual.