Como uno de los usuarios admite en otra crítica, es difícil ver este film con objetividad. Es difícil sobre todo para aquellos que, cuando la vimos por primera vez, éramos tiernos púberes con ganas de vivir una historia de amor semejante a la que viven los protagonistas. Sin embargo... ¿por qué hemos de ser objetivos? Las críticas nunca lo son. Hay ciertos aspectos técnicos que podemos valorar: quizá no hay una magnífica dirección, quizá la película no destaque por su fotografía, quizá el reparto no esté dotado de un gran talento... ¿y qué? ¿Desde cuando el cine, que es un arte por definición, es un conjunto de tecnicismos? Por supuesto, lo ideal es que un film combine excelencias técnicas con un sólido guión y una buena interpretación. No es el caso de esta película. Pero el film contiene ese extraño encanto difícil de definir que te impulsa a verla una vez tras otra, que te hace esbozar una sonrisa ante su inocente trama, que te sugiere la posibilidad de apuntarte a una academia de baile (en busca del Swayze de los ochenta). Mi escena favorita: Baby descubriendo el erotismo cargada con una sandía.
En suma, es un clásico porque nosotros (sí, he escrito nosotros y no nosotras) la convertimos en un clásico.