Ver una película de Miike es como jugar a la ruleta rusa.

Si no tienes suerte, un decepcionante "click" te dejará vivir un par de horas más para presenciar una estéticamente brillante pero vacía película sin mayor interés, o incluso directamente aburrida.

Pero a veces hay suerte, y una violenta explosión salpica la pared con tus sesos, que de la sacudida salen de su letargo y bailan enfebrecidos por la habitación, ahora que al fin han encontrado un dueño que les permite pasear sin bozal ni correa. Y esta película tiene bala. Bien gorda y de punta hueca.

Rodada con el equivalente a setenta mil dólares americanos en formato digital DV, el film nos presenta a una familia que vive desintegrada bajo un mismo techo, donde cada miembro es la imitación de una mala copia de lo que desea ser, y hace pagar por su apático y reprimido infierno personal a los demás, o a si mismos según el caso. Pero entonces llega el Visitante Q, para dar una sonora palmada de una sola mano.

Y tus sesos tocan el ventilador.

Pocas veces se tiene la oportunidad de disfrutar una narración a la vez tan dramática, salvaje, cómica, surrealista, violenta visual y moralmente y bizarra en general, absolutamente desatada y absolutamente carente de pretenciosidad, prejuicios y también de decencia, y ver esto plasmado en una pantalla, sencillamente, no tiene precio.

Por si no ha quedado claro, la película me gusta. ¿Que si tiene defectos? A quien coño le importa, es una obra maestra.