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Voto de Juan Alegre Arnau:
8
8 de mayo de 2024
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No han sido pocas las revueltas campesinas llevadas a cabo, no solo en la tierra del sol naciente, sino en todo el mundo. La injusticia y la discriminación no conocen de fronteras, ni idiomas ni barreras culturales. Nace de la misma condición humana.
Sin embargo, casi ninguna ha trascendido en la historia. Muy pocas han triunfado y si lo han hecho ha sido porque concurrían intereses de terceros, de gente poderosa que se aprovechaba del sufrimiento de los débiles para provocar un intento de golpe de estado. La mayoría de ellas son aplastadas en silencio. Los insurrectos y sus familias son ejecutados y sus cabezas terminarán por adornar la casa de los señores feudales, que podrán hacer gala de su diligencia mientras continúan con sus felaciones a los que están por encima.
"El Rebelde", de Oshima Nagisa, cuenta una de esas revoluciones olvidadas, perdidas porque al igual que las demás, fracasaron estrepitosamente. Se trata de la revuelta cristiana de Shimabara, cuando dicha confesión se había ilegalizado en aras de unificar el país tras la expulsión de los extranjeros y el aislamiento del resto del mundo.
Oshima sabe aprovechar toda la riqueza y los matices que este tipo de eventos históricos proporcionan a la hora de contar una historia. Figuras bíblicas aparte (presencia tanto de Critos, Judas y Pedro), interesa el dilema constante del protagonista, que insta a sus seguidores a esperar al momento adecuado mientras los samuráis matan y violan a sus familiares sin descanso. Algunos campesinos toman las armas por su cuenta, otros se rinden, otros siguen a quien consideran el más fuerte.
En los años 60, Harakiri dio el pistoletazo de salida para una nueva vertiente del chambara, una mucho más ácida y revisionista, sobretodo con la figura de la autoridad de los samuráis, símil del autoritarismo imperialista japonés de la SGM y del corrupto gobierno de los 50 y 60 bajo la influencia de Estados Unidos.
Conociendo la acidez de Oshima, quizá pueda sorprender la pureza de su protagonista, pero es compensada con la barbarie a la que se enfrenta: ejecuciones horribles, torturas, masacres y ciertas frases demoledoras como la que reza así: "Campesinos, sabemos que sois seres humanos, pero también sois cristianos". Y pese a que los creyentes cristianos son claramente las víctimas, tampoco ellos están exentos de cierta crítica, en especial en referencia a los misioneros holandeses que, en favor de continuar sus negocios, no dudaron en condenar a los insurrectos de su propia religión.
La película es altamente recomendable, tanto para fans de Oshima como para aquellos amantes del cine samurái de los años sesenta. Los que aguanten hasta el final, se verán recompensados (sigo en el spoiler)
Sin embargo, casi ninguna ha trascendido en la historia. Muy pocas han triunfado y si lo han hecho ha sido porque concurrían intereses de terceros, de gente poderosa que se aprovechaba del sufrimiento de los débiles para provocar un intento de golpe de estado. La mayoría de ellas son aplastadas en silencio. Los insurrectos y sus familias son ejecutados y sus cabezas terminarán por adornar la casa de los señores feudales, que podrán hacer gala de su diligencia mientras continúan con sus felaciones a los que están por encima.
"El Rebelde", de Oshima Nagisa, cuenta una de esas revoluciones olvidadas, perdidas porque al igual que las demás, fracasaron estrepitosamente. Se trata de la revuelta cristiana de Shimabara, cuando dicha confesión se había ilegalizado en aras de unificar el país tras la expulsión de los extranjeros y el aislamiento del resto del mundo.
Oshima sabe aprovechar toda la riqueza y los matices que este tipo de eventos históricos proporcionan a la hora de contar una historia. Figuras bíblicas aparte (presencia tanto de Critos, Judas y Pedro), interesa el dilema constante del protagonista, que insta a sus seguidores a esperar al momento adecuado mientras los samuráis matan y violan a sus familiares sin descanso. Algunos campesinos toman las armas por su cuenta, otros se rinden, otros siguen a quien consideran el más fuerte.
En los años 60, Harakiri dio el pistoletazo de salida para una nueva vertiente del chambara, una mucho más ácida y revisionista, sobretodo con la figura de la autoridad de los samuráis, símil del autoritarismo imperialista japonés de la SGM y del corrupto gobierno de los 50 y 60 bajo la influencia de Estados Unidos.
Conociendo la acidez de Oshima, quizá pueda sorprender la pureza de su protagonista, pero es compensada con la barbarie a la que se enfrenta: ejecuciones horribles, torturas, masacres y ciertas frases demoledoras como la que reza así: "Campesinos, sabemos que sois seres humanos, pero también sois cristianos". Y pese a que los creyentes cristianos son claramente las víctimas, tampoco ellos están exentos de cierta crítica, en especial en referencia a los misioneros holandeses que, en favor de continuar sus negocios, no dudaron en condenar a los insurrectos de su propia religión.
La película es altamente recomendable, tanto para fans de Oshima como para aquellos amantes del cine samurái de los años sesenta. Los que aguanten hasta el final, se verán recompensados (sigo en el spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El espectador en todo momento sabe que final espera a los protagonistas. Somos testigos de sus esperanzas, discursos épicos y anticipos trágicos de lo que le espera al cristianismo en Japón. Es inevitable, pues, que los propios perpetradores de la rebelión terminen por darse cuenta también.
La película no termina con ellos muertos en una épica contienda, ni con una ejecución gloriosa al estilo Braveheart o Los 47 Ronin. Shiro, el protagonista, tras ver morir a toda su familia, su mejor amigo y la mujer a la que alguna vez amó, se ve obligado a tomar una decisión: retirarse a un castillo y aguantar allí todo lo posible, creando aunque sea por unos meses un estado libre de castas, de injusticia y a favor de la tolerancia y el perdón.
Cuando le comunica su decisión al pueblo, no tiene intención de engañar a nadie. Todos saben que han perdido, algunos protestan, otros lo llaman loco y prefieren rendirse directamente. Eventualmente todos, hombres, mujeres, ancianos y niños, serán ejecutados.
El discurso de Shiro se aferra a una mera ilusión: el que tanta muerte no haya sido en vano y que su lucha pueda servir de ejemplo para generaciones posteriores en sus cruzadas contra la injusticia y la autoridad. Los idealistas dirán que en ese sentido valió la pena el esfuerzo. Los cínicos dirán que es lo único a lo que puedes aferrarte cuando luchas en una batalla perdida.
La película no termina con ellos muertos en una épica contienda, ni con una ejecución gloriosa al estilo Braveheart o Los 47 Ronin. Shiro, el protagonista, tras ver morir a toda su familia, su mejor amigo y la mujer a la que alguna vez amó, se ve obligado a tomar una decisión: retirarse a un castillo y aguantar allí todo lo posible, creando aunque sea por unos meses un estado libre de castas, de injusticia y a favor de la tolerancia y el perdón.
Cuando le comunica su decisión al pueblo, no tiene intención de engañar a nadie. Todos saben que han perdido, algunos protestan, otros lo llaman loco y prefieren rendirse directamente. Eventualmente todos, hombres, mujeres, ancianos y niños, serán ejecutados.
El discurso de Shiro se aferra a una mera ilusión: el que tanta muerte no haya sido en vano y que su lucha pueda servir de ejemplo para generaciones posteriores en sus cruzadas contra la injusticia y la autoridad. Los idealistas dirán que en ese sentido valió la pena el esfuerzo. Los cínicos dirán que es lo único a lo que puedes aferrarte cuando luchas en una batalla perdida.