Puede que sea injusto el cúmulo de malas críticas recibido por este filme de Corbijn, más europeo que norteamericano, que invita al espectador a imaginar la psique del protagonista, a adivinar su estado de ánimo, en lugar de a mostrarlo expresamente o revelarlo por medio de los diálogos (los duelos con el párroco del pueblo eran un buen momento para ello).

Se trata de una buena película, dominada por la contención de un asesino que tiene en ese instrumento -el enmascaramiento del miedo, el estrés, el arrepentimiento, la soledad- su tabla de salvación en un entorno desconocido donde la muerte acecha detrás de cada esquina.

Lo peor, un tratamiento del universo femenino que recuerda demasiado a las bellezas que rodeaban al James Bond de los 70 y 80 (¿se siguen rodando películas de 007?) y unas postales de la región de los Abruzzos demasiado evidentes: recuerdan al publirreportaje que hizo Woody Allen en Vicky Cristina Barcelona.