El título de la película no guarda relación alguna con la trama, puesto que Jezabel fue una reina judía que cometió algo imperdonable, idolatría, al contrario que la idolatría cometida por Salomón, cuya admiración por parte de su pueblo fue restaurada, Jezabel quedó en la historia como la “archimalvada odiosa”, más odiable incluso que su cuasi-homónima Betsabé (con la cual se la confunde inexplicablemente) la cual no cometió idolatría, pero cohabitó con el rey estando casada con el general Urías.
La mala Davis, de ojos chisporroteantes, se pavonea en el filme como una gaviota que haya desplumado a un pavo real y brinda una de sus actuaciones más contundentes frente a unos personajes masculinos informes y blanditos, con unos valores añados y temblequeantes.
Y es que ninguna cosa debe dar mayor gustirrinin que mandar a freír espárragos al guapo Fonda que arde de amor no correspondido y prohibido a la vez, y de eso se trata esencialmente la peli, de cómo la protagonista se ríe de su novio, lo guasea, lo vacila, lo engaña, le miente... y él, sufre...mucho.
En fin que ella se pasa tres pueblos en la ficción pero por mucha ficción de la película el gusto que le quedó en el body no se lo quita naide.
El final de la historia merecería un monumento, a pesar de que el resultado no puede ser más malo y peor ejecutado. Gracias censura por privarnos de la primera pareja BDSM de la historia del cine mundial.