En un nuevo intento por revitalizar su carrera, John Travolta se embarca en un producto confuso que reúne tópicos de muy diversos géneros y que termina perdiéndose al no decidirse por cual camino seguir.

Travolta interpreta a un tipo que consigue que un conocido criminal le financie el costo de su fianza para salir de la cárcel a sólo diez meses de cumplir su condena, el motivo es poder pasar más tiempo con su hijo (Tye Sheridan) quien padece cáncer.

Apenas sale de la cárcel, el mafioso le pide le devuelva el favor cometiendo un crimen que consiste en falsificar un cuadro de Monet y robar el original de un museo, algo que no tendrá opción para rechazar ante la gran cantidad de dinero que le adeuda.

A todo eso se suma el complicado estado de su hijo, un joven al que deberá intentar cumplir sus últimos deseos desarrollando su rol de padre, ante la presencia acosadora de una policía que va detrás de su financista.

El principal problema al que se enfrenta la película es a un guión que navega sin rumbo fijo que incluye un drama familiar en la relación padre-hijo con el plus de la enfermedad terminal, es además un thriler de acción con escena de un atraco a un museo llevado a cabo por tipos inexpertos de manera exitosa, y a Travolta convertido en un avispado criminal con habilidades para la pintura, los golpes y las armas de fuego.

La combinación de todos estos elementos no termina nunca de funcionar, resultando un relato inconsistente que termina por olvidar las penurias del joven enfermo metido a criminal por su padre, al que de pronto todo le sale sospechosamente bien, dando como resultado final una película prescindible de la que apenas se salva el joven Tye Sheridan y un siempre cumplidor Christopher Plummer.

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