Las películas que mitificamos en nuestra infancia siempre deben ser revisadas. A mis nueve o diez años presencié esta película con mi padre y experimenté una sensación de miedo y admiración a la vez, que dejaron una huella indeleble en mí.
Mi padre y yo repetimos durante el resto de la vida que compartimos aquel Paparruchas, Humbug en inglés, con el que tanto se afanaba Scrooge durante toda la obra. Y esa repetición hacía que mi padre y yo recordásemos aquella noche de viernes y aquel pase en el segundo canal de televisión española. Scrooge con su maldad y su posterior conversión nos acompañó siempre. Y lo hizo no solo por su elevado valor moral, sino porque esta película, con sus números musicales y su colorido representa sin duda una pequeña maravilla del Séptimo Arte.
Esa mezcla de terror tan del gusto de los niños, junto a melodías pegadizas y unas interpretaciones magníficas, convierten a Scrooge en una de las mejores películas del cine musical.