Hacía años y años que no asistía a una sesión matinal, y lo que más me chocó, aparte del precio reducido, fue la intensidad lumínica con que me recibió el día al salir de la sala una vez acabada la proyección. Nos habíamos congregado en la sala ocho almas todas solitarias, citadas entre si sin saberlo, unidas por la causa de un cine diferente, ni mejor ni peor, pero no tan al uso, no tan de consumo diario.

Por mi parte, acudí al encuentro sin ser muy consciente de lo que iba a ver. Lo cierto es que temía lo peor; una visión maniquea del conflicto israelí-palestino, donde los buenos son muy buenos y los malos son malísimos, todo blanco o negro, nada en gris dudoso. Me atraía el "atrevimiento" que supone tratar un tema tan serio y hondo con la estética del cómic, y que conste que estos dibujos nada tienen que ver con los de Pixar o Disney. Además, los dibujos animados dan al cine una libertad de pensamiento y de acción como pocas artes tienen, pudiendo tratar, como en el presente caso, temas muy duros sin la crudeza que muchas veces contiene la realidad.

Por suerte al salir del cine, la intensidad de la luz solar, en su apogeo, aplazó mi reflexión, además ésta requería de un tiempo, en donde lo visto se fuera posando y reposando. La historia que se cuenta, -la autobiografía un director de cine israelí, amnésico, que poco a poco va recordando los sucesos trágicos vividos en primera persona de la guerra del Líbano de 1982-, es de aquellas historias que te dejan huella, que te cala como la lluvia fina, que entra poco a poco, pero cuando lo hace la absorbes y te hace crecer.

Dos secuencias quiero destacar, las dos oníricas, que aprovechan muy bien esa libertad de acción que da el cine animado. La primera es la secuencia inicial, con los perros asesinos corriendo por las calles recogidos en un travelling frontal y moral, como decía Godard, muy largo; la segunda es muy hermosa, se trata de aquella en la que una especie de hermosa hada, agigantada y desnuda, sube al barco y se lleva a un soldado sobre su vientre maternal entre bombas.

Quizás el film sea a ratos en exceso simbolista, todo lo que aparece es metáfora de algo, pero eso no empaña la obra en general. No quiero acabar sin dejar constancia del acierto del tratamiento formal, -que explico en la zona spoiler-, de la secuencia última, que vino a significar una especie de red invisible que unió temporalmente a las ocho almas solitarias que asistimos a la proyección.