No se lo que me pasa pero estoy llorando la muerte de Gandolfini. Si, literalmente. Un mes después de su partida final, y viendo el barullo armado por su muerte, me decidí a ver una serie que, a mi modo de ver, estaba fuera del ámbito de mis selecciones favoritas. Y vi el primer capítulo. Y luego el segundo, y el tercero… ¡vamos que me la vi toda la serie en una semana! Y ahora entiendo.
Solo genialidad hay en la necesidad imperiosa de Carmela de reunir a la familia con comida, Meadow tratando de ser diferente de lo que es su legado familiar, un Tony Jr. Completamente desorientado por estar solo en una casa tan grande. Un Silvio absolutamente cliché y un Paulie absolutamente leal, un Christopher pidiendo amor y reconocimiento a gritos y una Livia totalmente malvada. Además de un Vito luchando por lo que es su pasión y lo que es su necesidad, sin olvidar el asco y repulsión de Adriana por ser una “rata” (informante) magistralmente mostrado en una escena de vomito que ni siquiera Junior Healy podría emular.
Todo esto regido por la respiración fuerte y angustiante de Tony junto a su particular manera de ver y enfrentar la vida, es lo que me hace pensar que al menos tarde pero seguro llegue al encuentro con Tony Soprano, quien represento alguna vez el papel de James. Porque eres y siempre serás Tony. Grande.