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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
7
Terror. Ciencia ficción Los cadáveres de una morgue inglesa próxima a una abadía de Manchester vuelven a la vida a causa de un experimento del gobierno que utiliza ultrasonidos para combatir la contaminación. Pero el experimento consigue también que los insectos de la zona enloquezcan y se devoren unos a otros. Al mismo tiempo, los muertos salen de sus tumbas con hambre y sed de venganza. (FILMAFFINITY)
17 de febrero de 2012
22 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
...y al llegar todos al huerto se pusieron a bailar. O eso es al menos lo que cantaban Los Enemigos en “El gran calambre final”, la canción con que se abría el que tal vez sea su mejor disco, “La vida mata”. Aunque en vista de lo que ocurre en esta peli tal vez sería mejor decir que la vida mata, pero sólo un poquito y durante un rato. Si los propios Enemigos, después de diez años en el más allá, han regresado (¡aleluya!) al mundo de los vivos, no debería parecernos tan extraño que los cadáveres más fresquitos del cementerio decidan abandonar durante unas horas las estrecheces de sus ataúdes y salgan a estirar un poco las piernas por la hermosa campiña inglesa, famosa por lo puro de sus aires y sus deliciosos pasteles de vísceras varias. A ver quién es el guapo que les reprocha que salgan a la caza de unos buenos callos, cuando, al fin y al cabo, la culpa no es suya, sino de la insensata sociedad industrial. Además, ellos tienen todo el tiempo del mundo y algo hay que hacer para no aburrirse y matar el gusanillo.

Puestos ya en materia, hay que empezar corroborando lo que suele decirse al hablar de esta peli, aunque suene ya a tópico: no parece española (como Los Enemigos, dicho sea de paso; qué buenos eran, rediós). No solo por su ambientación británica, sino por su notable calidad técnica, equiparable (cuando no superior) a la de productos parecidos y firmados por autores más reputados que Grau. Hay, además, un buen trabajo interpretativo, encabezado por un auténtica vieja gloria del western de primera división como Arthur Kennedy, muy convincente en su papel de expeditivo y reaccionario inspector capaz de creer en la resurrección si eso le permitiera cargarse una y otra vez al repelente y melenudo hippy que encarna Ray Lovelock. La belleza de aires irlandeses de Cristina Galbó y la profesionalidad del venerable José Ruiz Lifante, de un jovencísimo Joaquín Hinojosa y de Jeannine Mestre en el rol de una desquiciada yonqui contribuyen lo suyo a dar enjundia al asunto, al menos en este aspecto.

Otra cosa, claro, es su guión. Ya sé que es pecar de ingenuo esperar lo contrario a estas alturas, pero aunque la cosa empieza bien, no tarda mucho en torcerse hacia lo más manido y previsible del género y, a pesar de su atípico trasfondo ecologista y libertario, hay algún momento en el que lo precario de la ligazón narrativa está a punto de hacer descarrilar del todo el invento. Uno de los mayores logros de esta película, sin embargo, es que todas estas carencias quedan casi siempre en un segundo plano. Su frenético tramo final resiste pocas comparaciones con el de otras películas del género y contiene escenas tan inenarrables como la de esa recepcionista cegata, interpretada por Isabel Mestres, a quienes los más viejos del lugar recordarán como la presentadora del programa “De película”, que a mí me ha parecido una cochinada la mar de divertida en la que no me importaría participar, si es que alguna vez me despierto después del gran calambre final.
Normelvis Bates
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