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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
8
Drama Robert Stroud es un preso conflictivo que ha sido condenado a cumplir una pena de doce años en una celda incomunicada. Un día decide cuidar a un pájaro herido que encuentra en la ventana de su calabozo y, entonces, descubre que su verdadera vocación es el estudio de las aves. (FILMAFFINITY)
3 de septiembre de 2009
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esto sí que es un misterio: el responsable de una de las carreras como director de cine más erráticas y desconcertantes de todos los tiempos rodando un vigoroso y delicado drama carcelario acerca de Robert Stroud, el hombre que intenta aliviar su falta de libertad y su incomunicación criando y cuidando decenas de pájaros en su celda: la familia y el hogar que de otro modo no podría tener jamás.
Conmovedora sin necesidad de sensiblerías, emotiva sin caer en lo cursi, cruda y sin concesiones a la hora de enjuiciar las duras condiciones de vida de los reclusos y un obcecado y estúpido sistema penitenciario que niega toda posibilidad de redención a los que llegan a caer en el pozo de la cárcel, pero altamente comprensiva, sin embargo, con algunos de quienes deben participar en él, como el poli que, durante años, es el único vínculo de Stroud con el resto del mundo, “El hombre de Alcatraz” huye de maniqueísmos y juicios preconcebidos y se centra en las personas como entes individuales, en sus sentimientos y necesidades, erigiéndose en un poderoso alegato, cargado de matices y sugerencias, en favor de una dignidad humana que no se resigna a doblegarse ni en las peores circunstancias imaginables.
Pero es más que eso, porque habla también del paso del tiempo y de la vejez y de sus efectos temperantes en las pasiones humanas, aun en aquellas que nos parecen un día las más poderosas e inaplacables, como el amor o el odio, el amor otoñal de una mujer que como llega se va, el odio mortal de un alcaide que renuncia a la venganza cuando descubre que comparte con Stroud más de lo que a él le gustaría: la vejez y sus achaques y casi toda una vida pasada en presidio.
Entre sus valores añadidos destacan la espléndida fotografía en blanco y negro de Burnett Guffey, que la dota de verismo y expresividad, la brillante banda sonora de Elmer Bernstein, doblemente nominado a los Oscar aquel año (por esta banda sonora y por la no menos bellísima música de “Matar a un ruiseñor”) y las grandes interpretaciones de todos los protagonistas, desde el severo Karl Malden a la abnegada Betty Field, pasando por el fogoso Savalas y la posesiva Thelma Ritter. Mención aparte merece la extraordinaria composición de Burt Lancaster, casi tan brillante como en “El fuego y la palabra”, desplegando todos sus registros y modulando de modo magistral las variaciones tanto físicas como de carácter entre el joven Stroud, arrogante y colérico y sin expectativas vitales, y el anciano que deja pasar sus últimos días libre de pasiones y rencores, realizado e incluso feliz.
Normelvis Bates
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