El problema de las grandes películas de los ochenta es que esa década ha sido siempre muy desprestigiada por críticos pedantes que la consideraron y la siguen considerando una época de escasa calidad cinematográfica, en la que se primaba lo comercial y el cine infantil sin ningún equilibrio con propuestas más adultas, como sí sucedía en los setenta. Yo no estoy para nada de acuerdo, afirmo y defiendo sin complejos que en los tan denostados ochenta también se hicieron grandes películas y verdaderas obras maestras del cine familiar o entretenimiento.

A Dirty Dancing le pasa un poco como a Grease, es decir, al público le encantó mientras que a la crítica no tanto. Muchos la consideraron una horterada cursi y sensiblera destinada a adolescentes y gente sin gusto cinematográfico. Lo cierto es que la película con casi cuarenta años a sus espaldas sigue conservando la misma magia que entonces. Yo la vi por primera vez en un campamento de verano a los trece años y entonces no me gustó porque a esa edad no me interesaban esa clase de películas pero reconocí que la banda sonora era buena.

Vista por segunda vez después de tantos años admito que se trata de una gran película. No solo cuenta el manido romance entre una niña bien y un macarra resentido de clase baja sino que detrás de esa bonita historia romántica hay también el reflejo de los cambios que se produjeron en Estados Unidos a comienzos de los sesenta. Cuando los jóvenes cambiaron la manera de pensar y de comportarse, es decir, un choque generacional entre los adolescentes y sus padres. Una verdadera revolución que transformó la sociedad y que empezó con la manera de bailar entre otras cosas.