En un momento de la película el personaje de Brad Pitt le recuerda al de Jason Patric el lema de Edmundo Dantés: "Dulce y eterna venganza". Y es significativo porque realmente estamos ante una versión libérrima de "El conde de Montecristo", la tortuosa venganza de cuatro jóvenes sobre sus torturadores y violadores cuando aquéllos eran adolescentes marginales en un correccional.
En efecto, el espíritu de Montecristo sobrevuela todo el metraje, desde la primitiva afición del personaje central (el propio Lorenzo Carcaterra, autor de la novela autobiográfica) al libro de Dumas, hasta frases completas extraídas del mismo y, sobre todo, la alambicada forma de tomarse venganza de los cuatro jóvenes.
Había un material muy atractivo en esta novela dantesca (de Dantés, no de Dante, aunque también pudiera ser), pero el realizador, Barry Levinson, no ha sido capaz (como es proverbial en la carrera del autor de petardos como "Bugsy") de conferirle un mínimo de personalidad, un hálito de puro cine. Queda entonces el interés de la trama y la, en general, sólida actuación de un soberbio cuadro de actores, aunque Hoffman se pase un pelín en su papel de abogado borrachuzo, genio y figura.