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Argentina Argentina · Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Voto de El Golo Cine:
8
Cine negro. Drama. Romance Toda la historia transcurre en menos de un día, y en sólo tres escenarios: un bar del puerto, una pensión y los muelles de la ciudad de Nueva York. Bill Connolly es fogonero en un barco, y tiene una única noche libre en tierra. Mientras camina por los muelles, una muchacha se arroja al agua. Bill la rescata, y poco a poco ambos se sienten atraídos el uno hacia el otro. (FILMAFFINITY)
7 de julio de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En The docks of New York (1929) el director austríaco Josef Von Sternberg retrata un encuentro romántico en un tugurio del puerto neoyorquino entre personajes marginales de la sociedad de la época. Se trata de una de las últimas y más logradas piezas del cine mudo hollywoodense.

Por Nicolás Bianchi

Dice el crítico francés Georges Sadoul en el libro Historia del Cine Mundial: “La obra más perfecta de Sternberg fue The docks of New York, pintura desesperada de los amores desgraciados de dos despojos sociales: un pañolero y una ramera. La obra se caracteriza por el predominio del ambiente, el sentido inexorable de la fatalidad, la ternura para los desplazados, la justeza del detalle psicológico”.

El primer personaje que nos presenta Sternberg es el pañolero o fogonero Bill (George Bancroft), aquel que se encarga de alimentar con carbón los motores de los barcos a vapor. Se trata de un trabajo sucio en una cámara llena de humo junto a otros hombres teñidos por el sudor y el hollín. El desembarco en el puerto supone un descanso de alcohol y, quizás, mujeres para los obreros. El capataz Andy (Mitchell Lewis) los advierte porque el barco se detiene solo por una noche y no quiere excesos ni borracheras.

Del humo que despiden los tanques de combustible del barco Bancroft pasa a la bruma del muelle, donde una mujer, en una acción suicida, se arroja al agua. Bill la rescata y la lleva a la posada que se encuentra junto al bar cabaret del puerto, que es también su morada. Dentro del local, entre nubes de humo de tabaco, bailan y beben hombres y mujeres. El clima es de violencia y promiscuidad, de desenfreno. Allí el capataz Andy encuentra a su mujer besándose con otro hombre, aunque no tiene mucho margen para el reclamo ya que hace años que prácticamente la abandonó. Bill necesita una bebida caliente para colaborar en la recuperación de la mujer que rescató. Antes de poder llegar a la barra para pedirla se pelea con dos hombres pero las rencillas nunca pasan a mayores, se solucionan con algunos empujones y cachetazos.

Las peleas parecen más producto del estado de embriaguez general que de una conducta violenta adrede, por eso aquello de los desplazados que son mostrados con ternura. Son rústicos y torpes, no malvados. Bill logra llevar el potaje caliente a la habitación de Mae (Betty Compson). Cuando ella mínimamente se recupera vuelven todos a la taberna y los excesos continúan.

Detrás del ambiente festivo del cabaret yace lo que Sadoul llama como ‘el sentido inexorable de la fatalidad’. Para los marineros es solo un día de dispersión luego de jornadas extenuantes e insalubres de trabajo. Para Mae en particular pisar el salón significa la posibilidad de ser tomada por cualquiera de los hombres que allí bebe. Más adelante el capataz Andy intentará violarla. La extenuación que provoca ese tren de vida se expresa en el rostro de Mae, bellísimo pero ojeroso y algo demacrado. El intento de suicidio en el primer acto se justifica dramáticamente a posterioridad, cuando la vida de la mujer se revela como un padecimiento constante.

Bill nota esa desesperanza en Mae y le propone matrimonio, lo que aparece como una oportunidad de cambio. ‘Quizás te purifique’, le sugiere una de sus compañeras. De improviso se arma la celebración en el mismo bar. Alguien invita a un cura que sanciona con su mirada el desenfreno que ocurre en el lugar, aunque a regañadientes realiza la boda, lo que les da a todos una nueva oportunidad de beber y brindar. Siempre que transcurre en el bar durante esa larga noche la película se encuentra colmada de movimiento, de vida. Detrás de la acción principal hay múltiples situaciones que se desarrollan. Hay personajes bailando, besándose, peleando, fumando.

El hollín de las calderas, la bruma marina, el humo de cigarrillo aportan densidad al ambiente durante todo el film. En ese trasfondo lúgubre Sternberg despliega una variedad de situaciones y escenas. La historia no se detiene en ningún momento y comprende una gran cantidad de variantes. Además del casamiento hay un asesinato, un juicio, personajes que vuelven sobre sus pasos. Su estética y su vibración hacen de The docks of New York una obra disfrutable a pesar del paso del tiempo.
El Golo Cine
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