Kieslowski filma el principio del fin de su polémica carrera de una forma tan asombrosa como inquietante.
Kieslowski nos regala un filme tan certero como incómodo. Incómodo porque nos hace reflexionar sobre el verdadero significado de la libertad y lo que es moral e inmoral. ¿Qué implica la libertad?
Una premisa incómoda, incómoda como la fotografía soberbia del señor Idziak, una cámara empalagosa que no guarda distancia entre el espectador y el actor, creando esa relación emocional palpable y delicada. Kieslowski también se encarga de que el color azul nunca salga del encuadre, ya sea mediante el color de las paredes, del cielo, el reflejo del agua o por el camino que sea, el director polaco nos deja saturados de tanto azul.
Una vez más, Kieslowski filosofa sobre la vida misma, nos muestra situaciones cotidianas, humanas pero con ese toque de realismo tan rotundo que hace que parezca fantástico, ficticio.
Una obra maestra filmada por un artista en plenitud de todas sus facultades y recursos. Tal vez la mejor de la trilogía y la mejor de su filmografía.