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Voto de Sergio Berbel:
10
Drama Habiendo sobrevivido más que sus contemporáneos, el anciano "Lucky" se encuentra en el tramo final de su vida, donde se verá impulsado a un viaje de autodescubrimiento. (FILMAFFINITY)
15 de abril de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Lucky” es una película nacida inmortal por varios motivos concurrentes. Estamos ante una cinta de obligadísima visión para todo el que aspire a ser una persona. Es la obra póstuma de uno de los más grandes actores de todos los tiempos, Harry Dean Stanton, su testamento, porque la película es simplemente él, nada más que él, ni más ni menos que él, en un maravilloso egocentrismo que recorre cada plano de una película intensa a la par que sencilla, inolvidable y profunda a la par que liviana, un drama de inmensidad insondable con barniz de tragicomedia. Seguramente el mejor retrato de la vejez junto con "Amor" de Michael Haneke transcurriendo quizás por su polo opuesto (o no).

Un grande entre los más grandes como Harry Dean Stanton tenía que despedirse a la altura de las circunstancias, y por ello y de ello nace la necesidad de “Lucky”, su película cuasi-autobiográfica que, desgraciadamente, no pudo ver estrenada por fallecer unos meses antes. Pero la misión que él pretendía estaba cumplida, y de qué manera, por los siglos de los siglos.

Stanton da vida a Lucky, un anciano de 90 años, alter ego del actor, que nos cuenta los últimos poco importantes o épicos avatares del día a día de alguien al que ya sólo le espera la muerte a la vuelta de cualquier esquina tras 90 años de experiencias vitales. Él tiene claro que, tras su fallecimiento, no le espera nada, porque nada hubo antes del nacimiento ni habrá después de la muerte, porque Lucky está mucho más allá de dioses, vidas eternas, cielos o infiernos. Lucky es superviviente de la II Guerra Mundial, fumador empedernido, bebedor de bar pendenciero y altanero porque siempre quiso tragarse la vida a grandes tragos de su perpetuo vaso de Bloody Mary.

Harry Dean Stanton es el protagonista absoluto de la función. Permanentemente ante la cámara en prácticamente todos los planos de la cinta, desgrana anécdotas reales de la propia vida del actor, se va encontrando con diferentes personajes encarnados por los actores que han sido grandes amigos suyos en su vida real (¿se trata de una road movie, mi género favorito, a pie y con ritmo de anciano caminante?), se toma su tiempo para reírse de sí mismo y de la dificultad de la vida combinada con la vejez y nos deja una serie de reflexiones filosóficas de esas que te hacen ser otro después de haberlas escuchado de su boca, creadas por una indomable lengua atea, descreída, misántropa, nihilista y lúcida de quien ya viene de vuelta de todo y nada espera de la vida.

Y todo ello rodado con una perfección que te deja sin aire: encuadres bellísimos, planos fijos maravillosos, un paisaje desértico en la frontera con México tan agreste y decrépito como su protagonista, y una mascota muy especial que abre y cierra una película que es justo eso, un círculo perfecto, porque perfecta es en sí misma. Buen viaje, maestro. Qué grande es despedirse cantando “Volver” en un castellano guiri portentoso y eterno.
Sergio Berbel
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