Grant, ese irrepetible galán, despliega toneladas de glamour y dotes interpretativas. Kelly aparece en todo su esplendor físico, de belleza insondable. Luego hay un par de solícitos y profesionales actores secundarios. El marco físico es incomparable, la Riviera francesa en uno de sus momentos álgidos, repleta de mansiones costeras, multimillonarios estirados y luminosas playas.

A todo esto, un gato empieza a robar joyas de tejado en tejado, desplumando a los ricachones del lugar. Las pruebas apuntan de modo inequívoco a nuestro galán, otrora ladrón de guante blanco. Pero la cosa no es tan sencilla: de por medio está el hampa de la costa azul francesa, que es para echarse a temblar, aunque no tanto como el despiadado aparato policial franchute. Falta Clouseau. El numerito de la fiesta de disfraces yo lo calificaría como preocupante, siendo generosos. Porque si esto es un buen McGuffin, yo soy obispo. Semejante argumento y desarrollo sólo es apto para fanáticos del calvo regordete.

Si dijera que apenas me quedan uñas por comerme, mentiría. Si dijera que he llevado a cabo ímprobos esfuerzos por no caer en un profundo sueño, diría la verdad. Pero no puedo decir semejante barbaridad. Esto es de Hitchcock. Venga, va. Lo digo: esta película es una mierda.