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España España · Madrid
Voto de OsitoF:
9
Bélico. Drama En un pueblo inglés, Albert, el hijo de un granjero, ve nacer un potrillo. Poco después, su padre lo adquiere en una subasta, y el chico le pone de nombre Joey. Pero la familia se arruina y no tiene más remedio que vender el caballo justo cuando estalla la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Ése es el punto de partida de un viaje en el que tanto Albert como Joey lucharán por sobrevivir a la contienda y volver a estar juntos. (FILMAFFINITY) [+]
15 de marzo de 2021
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin duda, al pensar en la filmografía de Spielberg, a todo el mundo se le viene a la cabeza sus obras maestras clásicas “E.T.”, “Encuentros en la tercera fase” o “Salvar al Soldado Ryan”, pero son joyas infravaloradas como esta “Warhorse” las que demuestran que el tío es un genio. Cuando todo el mundo evita trabajar con niños, animales y - en el caso de Hitchcock- con Charles Laughton, él no tiene problema en usar a chavales o bichos como parte esencial de las tramas. Pero lo que le coloca en una posición de superioridad es que vaya más allá de usar típicos animalitos adorables y fáciles de manejar como perretes o fieras asesinas como tiburones o dinosaurios y nos encontremos con una película protagonizada por un caballo. Sí, un caballo. Ya me diréis qué se le puede sacar interpretativamente a un caballo más allás de saltar, hacerse el muerto o mover la cabeza de arriba a abajo. Pues Spielberg ha rodado una película con un par de estos animales. ¿Lo ha hecho por una puesta («Qué no hay huevazos de hacer un largometraje protagonizada por caballos.. agárrame el cubata»)? ¿Por aceptar un nuevo desafío cuando ya has demostrado todo lo que había que demostrar? Pues a saber, pero le ha salido todo un espectáculo.

Obviamente, Spielberg puede ser un maestro pero no hace magia, así que no veremos a Joey - que así se llama el caballo - hablando ni poniendo caras con efectos visuales. En lugar de eso, su historia, es el hilo conductor para una macroepopeya que abarca desde unos años antes de la Gran Guerra hasta su final y, a través de microepisodios, recorremos escenarios costumbristas de la campiña inglesa, las primeras escaramuzas del conflicto, los años salvajes de la guerra en las trincheras, la incertidumbre de la vida de los civiles en zonas en disputa, el cómo la caballería quedó obsoleta con las nuevas armas automáticas y el caballo dejó de ser un orgulloso elemento de combate a ser usado en labores de carga… historias de duración variable, algunas más largas y otras más cortas, protagonizadas por soldados y civiles de los dos bandos, siempre con la guerra como telón de fondo. Algunas escenas implican batallas con toda la majestuosidad de cargas de caballería, otras son golpes de mano en mitad de la noche en la zona de nadie, otras son sangrientos asaltos a trincheras esquivando alambradas y ataques con gas, otras son historias del sufrimiento en retaguardia, otras son breves instantes de paz en mitad del infierno con una variedad de enfoques es maravillosamente abrumadora.

Y todas ellas, en lo individual, rodadas con la calidad ejecutoria de alguien que maneja las emociones a su antojo, capaz de conmover hasta con un plano fijo de tres horas de una piedra. Spielberg juega con los contrastes para tenernos siempre despiertos y remover nuestras conciencias. Un plano que arranca con una maravillosa fotografía de las floridas praderas de Bélgica se abre para que veamos el sufrimiento de una columna alemana que transporta cañones en mitad del barro, desechando caballos a medida que revientan de agotamiento. Tras una impoluta y bucólica finca de agricultores, al otro lado de una colina, está la línea del frente con toda su suciedad y desorden. Hay amistad y honor entre adversarios en pocos momentos de tregua, porque los que sufren y combaten en primera fila son más personas y sienten más humanidad que los políticos y generales de retaguardia que les mandan a morir por una posición en un mapa.

Como hilo conductor de todas esas microhistorias está, por una parte, Joey, el caballo, siempre presente de una u otra manera. Como protagonista activo, pasivo o simplemente como testigo, despertando lo mejor en las personas con las que se cruza. Parte de la maestría de Spielberg está en conseguir contar con naturalidad que dentro de un mundo de oscuridad, muerte y destrucción hay sitio para la luz, la bondad y la misericordia sin que parezca un delirio de almíbar. Para eso las historias tienen las proporciones adecuadas de drama, humor y optimismo y los acontecimientos suceden en el orden tienen que suceder, en el momento que tienen que suceder y de la manera que tienen que suceder. Cualquier cambio en esa armonía de equilibrio sincronizado llevaría la película al terreno de la charlotada o el melodrama. Por otro lado, los personajes de una trama se cuelan o convergen en otras tramas ofreciendo una cohesión y una solidez a la historia global que la hacen casi real.

Una maravilla. Bella, conmovedora e inspiradora. Técnicamente perfecta, una fotografía mágica, una banda sonora épica, ambientación perfecta, Spielberg consigue meterte en la época y lugar que él quiere, ya sea una trinchera o una casa de campo, y te hace sentir parte de la acción, ya sea asistiendo a una subasta de caballos o a una carga a la bayoneta. Y con un caballo de protagonista. Un genio. El genio.
OsitoF
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