Su reparto es, como mínimo, atractivo. Aunque nunca Belén Rueda ha sido santa de mi devoción, Ricardo Darín es, sin ningún género de dudas, una bestia que trasciende lo meramente interpretativo y puede soportar el peso cualquier producción sobre sus hombros. La propuesta tampoco está mal, un thriller de secuestros con conflictos familiares que hacen que nadie esté fuera de sospecha. Incluso su «prestigio» (tomemos el concepto de la película homónima de Nolan para referirnos al elemento de valor que aporta la película respecto a productos similares) es atrevido: forzar a que película evolucione dentro de unos límites extremadamente rígidos, tanto en lo temporal (con un ritmo próximo al tiempo real) como en lo geográfico (las siete plantas de un edificio).

Su problema es la película no es capaz de mantener el ritmo que ella misma se ha impuesto y, tras una introducción jugosa, quema rápidamente sus ideas más afortunadas y no tarda en empezar a necesitar de giros rebuscados, oportunas conveniencias y algún que otro agujero de guión para mantener la maquinaria en marcha. “Séptimo” cruza la línea de meta con la lengua fuera y pidiendo asistencias médicas, como una producción absolutamente convencional con apenas algún que otro rescoldo de su brillo inicial. Pasable, sus mejores momentos justifican el tiempo empleado.