Con una discreta carrera como actriz y un corto, pero aclamadísimo (y algo sobrevalorado), bagaje tras la cámara, Greta Gerwig pasa por ser una especie de referente del activismo artístico-feminista norteamericano; algo así como una Leticia Dolera transoceánica aunque, bajo mi percepción, no es una imagen que ella misma haya ido buscando a través de conflictos mediáticos o que haya cultivado con chiquipolémicas en redes sociales. Más bien creo que ha hecho películas de un intenso carácter femenino e intimista que han conectado bien con el público en general y el establishment social y artístico de EEUU la ha etiquetado como cineasta de referencia. No sé, ya digo que es sólo una impresión y lo mismo me equivoco con ella y resulta ser una activista calibre 45, pero, que yo sepa, hasta el momento nos ha ahorrado postear fotos de la taza de su váter con gotitas de sangre menstrual, sus dramitas semánticos con lo de las camas grandes versus las camas de matrimonio o la vergüenza ajena de ir reclamando allá por donde pasa perras para las películas dirigidas por mujeres.

En el caso concreto de “Lady Bird”, la Gerwig guionista y directora muestra un cine convincente con personajes femeninos escritos con una óptica femenina que les lleva a actuar y a comportarse como niñas, chicas o mujeres. No todo el mundo (directores y directoras, guionistas y guionistos) saben o quieren hacerlo y se limitan reciclar viejos libretos cambiando al personaje de turno por la protagonista de moda sin. La Lady Bird que encarna Saoirse Ronan es, con algún comprensible retoque comercial, la adolescente normal que todos podemos encontrar en nuestro entorno educativo, vecinal o familiar y que hace las cosas normales a esa edad en la que las cosas son de todo, menos normales: todo es un drama, todo es un mundo, todo es un infierno, todo es una odisea. En todo su egoísmo y su falta de experiencia vital, Lady Bird es el centro de un mundo con virtudes y defectos, pero que es única y exclusivamente suyo. Sólo existe el aquí y el ahora, sólo ella lo entiende todo y pone todo su corazón en todo lo que hace, aunque sea a coste de herir a los que quiere o la quieren.

“Lady bird” da con el tono justo para poner en escena la sobreactuación propia de esa edad con el tono justo de humor que combina comprensión, respeto y relativización. Se agradece su naturalidad y su concisión en una película hecha más para festivales y premios que para ganarse la vida comercialmente, pero que se ve con agrado recordando que todos hemos sido alguna vez, a nuestra manera, como Lady Bird (aunque a algunos nos duró el pavo mucho menos y no estábamos tan consentidos) y que ayuda a sobrellevar a la gente de esa edad.