Contra todo pronóstico, lo que parecía un taquillazo asegurado con éxito de crítica y público, se convirtió en una taquilla más que respetable, pero por debajo de las expectativas y una disparidad de opiniones casi del cincuenta por ciento, con todo el mundo - profesionales y amateurs- poniéndola verde o por las nubes a partes iguales. Es más, lo que parecía el inicio de una lucrativa franquicia terminó dejando numerosas dudas en cuanto a su continuidad.

Cuesta explicar el motivo. “Las Crónicas de Narnia I” tenía presupuesto como para asar una vaca y ese presupuesto está visible en cada plano, en cada decorado, en cada detalle de atrezzo, en los miles de efectos digitales, en la creación de un universo nuevo de fantasía plagado de detalles. Tiene acción a raudales, protagonistas infantiles y adolescentes que no son especialmente repugnantes y la historia, aunque previsible, no es simplona. En general es una película que entretiene y se disfruta viéndola. Es más, hay partes de la película que son agradables de ver cada vez que la echan en la tele.

Quizá la raíz del problema hay que buscarla en una dirección algo fría que no termina de sumergir al espectador en el nuevo universo. En la pantalla ocurren cosas, todas claras, todas muy bien contadas… pero que les pasan a cuatro chavales que forman un grupo cerrado en el que da la sensación de que no te dejarían entrar. También hay que considerar que el nuevo universo es demasiado especial, demasiado fantástico, una fantasía tan absoluta que puede suceder cualquier cosa que le salga de los cojones al guionista. En ese sentido, las comparaciones con otras sagas de ciencia ficción son odiosas pero inevitables. Tolkien generó un mundo con una mitología perfectamente consistente, razas con lenguas propias, idiosincrasias propia y cronologías propias. C. S. Lewis, en cambio, no pierde el tiempo ni gasta letras en hacer su mundo creíble: hay un armario, te metes en él y apareces en un sitio donde hay castores que hablan, hadas buenas, brujos malos y lo que se te pueda ocurrir.

No me atrevo a decir que un modelo de fantasía sea superior a otro, pero ves “El Señor de los Anillos” y ves “Las Crónicas de Narnia” y, por comparación, Narnia parece hecha para niños. Hasta la saga de Harry Potter tiene más consistencia argumental. Insisto en que sólo busco explicar las causas de su relativo fracaso, no creo que haya una ciencia-ficción mejor que otra, pero sí puedo entender que haya una ciencia-ficción que guste a más gente o a menos gente. En Narnia todo es vistoso y sorprendente, pero en todo momento sabemos que es irreal. Es un mundo donde alguien muere y luego resucita de manera arbitraria. Con Harry Potter o la Tierra Media hay normas que los convierten en algo que casi podemos creer.

La falta de consistencia no es sólo aplicable a esta primera parte, se deja ver en toda su magnitud en futuras entregas, ya hablaremos de eso.