Las confesiones es una parábola anticapitalista, y como tal presenta sus más y sus menos, aunque el resultado final es satisfactorio. Tal vez os haya dicho ya que cualquier película con Toni Servillo me gusta más, y si encima se bate en duelo con Daniel Auteuil, tanto mejor (cuántos años han transcurrido, querido Daniel, desde que nos conocimos en el Café de la Marie de la Place Saint-Sulpice). Son dos de los actores europeos, y por ende mundiales, más brillantes que el cine nos pueda deparar, y verlos juntos en sus breves escenas compartidas es un verdadero placer. Imprescindible la VO, por supuesto.
El director del FMI (Auteuil) invita a un misterioso monje a una cumbre del G8. Su intención no confesa es que le confiese. Cuando el director aparece muerto al día siguiente, con una bolsa de plástico alrededor de la cabeza, todo el mundo la toma con el monje, pues dan por supuesto que conoce secretos capaces de acabar con el sistema económico capitalista...
La película combina el thriller con la comedia, e incluso el vodevil, cuando por las noches los miembros de la reunión agitan sus pulsiones más innobles. No tan matizada como Viva la libertad, su mejor título hasta la fecha, con Servillo por partida doble, Las confesiones se deja arrastrar por su carga política y no duda en zambullirse en el panfleto, aunque se lo perdonamos porque los del otro bando no paran de vendernos las delicias y ventajas del sistema capitalista. En este sentido, el personaje de Lambert Wilson es incluso estrafalario.
Dos señoras importantes campan a sus anchas por la pantalla, la deliciosa Marie.Josée Croze y la espectacular Connie Nielsen, en papeles que bordan. Es, pues, una película que se apoya, y no poco, en sus intérpretes. Espero que la disfrutéis tanto como yo.