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Voto de Charles:
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Thriller
Ethan (Miller) y Sean (Gilchrist) son dos jóvenes, compañeros de clase en su instituto, que deciden gastar una broma pesada a su vecino Harold Grainey (Caan), haciéndole creer que su casa está encantada. Así que cuando una tarde Grainey sale de casa, los dos chicos instalan un equipo para simular los ruidos y unas webcams para ver su reacción. Pero pronto se darán cuenta de que han elegido a la persona equivocada... (FILMAFFINITY)
5 de marzo de 2017
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con esta siniestra afirmación se abre 'The Good Neighbor'.
Una frase que evidencia la importancia del punto de vista en cualquier situación, y a la vez confirma la dictadura a la que nos somete el azar: cualquier hecho puede malograrse, malinterpretarse, para que sea lo que queremos que sea.
No es el caso de Ethan y Sean, dos adolescentes del valle de Santa Clarita, cuando deciden emprender un riguroso experimento contra (que no "con") su inquietante vecino del otro lado de la calle.
El objetivo de su investigación es probar que, pase lo que pase, fingir hechos sobrenaturales va a cambiar el comportamiento del anciano sr Grainey, algo que van a registrar con múltiples cámaras ocultas dispuestas por toda su casa.
Los dos "investigadores", sin embargo, parten del supuesto de que se trata de un jubilado normal, simplemente demasiado huraño para relacionarse con nadie. Y esa es la primera hostia que se llevan, cuando el inofensivo viejito destroza una puerta con furia desproporcionada, dejando caer que hay algo más que no han tenido en cuenta.
Habiendo establecido una opinión sobre los puntos de vista nada más empezar, resulta irónico que los dos chicos hayan querido ver un buen vecino donde probablemente se pueda esconder un demente sociópata.
La objetividad, la primera regla marcada, salta por la ventana cuando cualquier comportamiento registrado podría ser una advertencia de peligro. Y nadie sabe si el sr Grainey solo mira la pared con mueca distraída, o sonríe al infundir terror a sus atemorizados acosadores.
El nuevo carácter del experimento pide que se pare la investigación, que ya se ha llegado demasiado lejos; Ethan empieza a temer la magnitud de lo emprendido mientras Sean se deja absorber por su naturaleza voyeur. Y sin embargo, ¿no es precisamente el llegar demasiado lejos la primera señal de que se está haciendo algo bien?
Ethan y Sean alteran el punto de vista del sr Grainey, al igual que él ha hecho pedazos el suyo, sacando a la luz esas tenebrosidades de la vida suburbana que probablemente estaban mejor enterradas en el sótano.
Si existiera una moraleja en esta historia, sería la de no acercarse a aquello que te pasa desapercibido. Puede que encuentres más de lo que pensabas, más de lo que necesitabas saber.
O bien encontrarás justo lo que querías ver...
Una frase que evidencia la importancia del punto de vista en cualquier situación, y a la vez confirma la dictadura a la que nos somete el azar: cualquier hecho puede malograrse, malinterpretarse, para que sea lo que queremos que sea.
No es el caso de Ethan y Sean, dos adolescentes del valle de Santa Clarita, cuando deciden emprender un riguroso experimento contra (que no "con") su inquietante vecino del otro lado de la calle.
El objetivo de su investigación es probar que, pase lo que pase, fingir hechos sobrenaturales va a cambiar el comportamiento del anciano sr Grainey, algo que van a registrar con múltiples cámaras ocultas dispuestas por toda su casa.
Los dos "investigadores", sin embargo, parten del supuesto de que se trata de un jubilado normal, simplemente demasiado huraño para relacionarse con nadie. Y esa es la primera hostia que se llevan, cuando el inofensivo viejito destroza una puerta con furia desproporcionada, dejando caer que hay algo más que no han tenido en cuenta.
Habiendo establecido una opinión sobre los puntos de vista nada más empezar, resulta irónico que los dos chicos hayan querido ver un buen vecino donde probablemente se pueda esconder un demente sociópata.
La objetividad, la primera regla marcada, salta por la ventana cuando cualquier comportamiento registrado podría ser una advertencia de peligro. Y nadie sabe si el sr Grainey solo mira la pared con mueca distraída, o sonríe al infundir terror a sus atemorizados acosadores.
El nuevo carácter del experimento pide que se pare la investigación, que ya se ha llegado demasiado lejos; Ethan empieza a temer la magnitud de lo emprendido mientras Sean se deja absorber por su naturaleza voyeur. Y sin embargo, ¿no es precisamente el llegar demasiado lejos la primera señal de que se está haciendo algo bien?
Ethan y Sean alteran el punto de vista del sr Grainey, al igual que él ha hecho pedazos el suyo, sacando a la luz esas tenebrosidades de la vida suburbana que probablemente estaban mejor enterradas en el sótano.
Si existiera una moraleja en esta historia, sería la de no acercarse a aquello que te pasa desapercibido. Puede que encuentres más de lo que pensabas, más de lo que necesitabas saber.
O bien encontrarás justo lo que querías ver...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
... un psicópata tratando de ser un buen vecino, o un buen vecino al que ves como un psicópata.
Da miedo perderse en el margen de esas puntualizaciones.
El establecimiento de contexto al final es brutal.
Hemos caído víctimas del experimento, al igual que los dos chicos han sido víctimas de su afición sumada al aburrimiento.
Y a todos se nos ha pasado por alto el desolador drama humano de un hombre que mira una campanilla con pena infinita, mientras creíamos ver a un asesino escudriñando la oscuridad.
Nadie nos ha dicho que esta no era una película de terror. Solo lo hemos supuesto, conjurando demonios propios en la normalidad de la vida suburbial, sobreexplotada por desvelos de madrugada y vigilancia constante.
Tanto era nuestra urgencia por ver algo, que nos hemos olvidado de que nunca hubo nada.
Da miedo perderse en el margen de esas puntualizaciones.
El establecimiento de contexto al final es brutal.
Hemos caído víctimas del experimento, al igual que los dos chicos han sido víctimas de su afición sumada al aburrimiento.
Y a todos se nos ha pasado por alto el desolador drama humano de un hombre que mira una campanilla con pena infinita, mientras creíamos ver a un asesino escudriñando la oscuridad.
Nadie nos ha dicho que esta no era una película de terror. Solo lo hemos supuesto, conjurando demonios propios en la normalidad de la vida suburbial, sobreexplotada por desvelos de madrugada y vigilancia constante.
Tanto era nuestra urgencia por ver algo, que nos hemos olvidado de que nunca hubo nada.