Antes de sentarte te habrás preguntado si es posible realizar una película dentro de un ataúd con un solo actor y que salga bien. Habrás puesto en duda la corta reputación de Rodrigo Cortés, y ante todo, te habrás cuestionado una y mil veces si merece la pena verla en la gran pantalla.

Al comenzar, lo único que te preocupa es una pregunta: ¿cómo ha llegado hasta ahí el personaje? Tranquilo/a, la respuesta vendrá a su debido tiempo, previa clase maestra de rodaje en un lugar agónico y aparentemente imposible. El desarrollo por el cual conocemos al personaje y todo lo que hay a su alrededor es magnífico. Un guión hecho a medida (perdón por el chiste fácil). Carlos Boyero dice que no falta ni sobra nada, yo creo que sobra algo (en spoiler). Entonces R. Cortés aprovecha su calidad para afrontar la otra mitad de la película que nos queda por ver. Crea acción y distensión en grandes momentos diferentes que engendran un ritmo digno de un pitagórico. Y es ahora cuando te haces la otra pregunta que ya te iba rondando la cabeza: ¿conseguirá salir de ahí? Sólo tiene dos opciones, y en el fondo sabemos que lo importante será el modo en que consiga salir o muera enterrado.

Una película que parte de un 7 (comentario robado) para salir (casi) con más puntos de los posibles. R. Cortés apunta alto y dirige una película digna de aplauso. Ryan Reynolds llena 90 minutos de incertidumbre y terror. Inmejorable la actuación del (repito) único actor de toda la película. Los giros de cámara, los planos de poca luz y la imaginación, aunque muestras para ojeadores, son los pulmones de una película a la que podía faltar el aire. Y donde al espectador lo deja sin aliento.