Si hablamos de la película tenemos que tener en cuenta que son tres horas de Gandhi, no del personaje histórico, no es un documental, tenemos delante a un pedazo de actor que lo borda llamado Ben Kingsley y detrás de la cámara al artesano inglés Attenborough. Todo cinéfilo tiene que pasar por aquí, ni que sea por apreciar un cine que conlleva un proyecto que difícilmente puede ni siquiera plantearse hoy día. Es bonito creo yo irse para atrás y tener la paciencia de ver tres horas de Gandhi, con su 'Intermission' con música hindú y todo, miles de extras desfilando en planos generales y sobre todo, a Ben Kingsley ocupando la pantalla.

Lamento no estar a la altura como espectador y haberme sentido algo decepcionado. Creo que de una película así lo que uno espera es emocionarse en cada esquina de la existencia de Gandhi que queda retratada delante de nosotros, empezando en Sudáfrica, y confieso que apenas he sentido una pizca de esa turbación del alma que esperaba. Cuesta escribirlo, pero ni siquiera durante la masacre en la plaza me he sentido alterado. Gandhi se va de Sudáfrica diciendo un sencillo y simple: creo que me iré a Sudáfrica. La película es así, limitada a una explicación yuxtapuesta de hechos. Y no digo que sea fácil, entretiene y es justa, justita, diría que tiene un punto de interés pero no alcanza las expectativas que al menos yo tenía sobre una producción de este tipo. Eso sí, Kingsley, ya lo he dicho, en su año cero, está espectacular.

Y para acabar, inevitablemente debo quejarme acerca de la imposibilidad de condensar en una película todo lo que aconteció durante la existencia de uno de los personajes de la Historia contemporánea más famosos. No cabe todo, ni las cosas buenas ni las malas, y estas últimas, las malas, también las hubo y no se admiten aquí.