Es una pena que la dictadura del pensamiento único impida difundir como se merece los argumentos pro-vida en relación al aborto o a la eutanasia, y esta película es un ejemplo de cómo solo con bajo presupuesto y de tapadillo se puede contar una historia que es en el fondo dantesca para cualquiera que tenga unos mínimos valores éticos profundos (no de Instagram). El visionado de un aborto en tiempo real a través de la ecografía debería ser obligatorio en los institutos. La película en sí es como un telefilme de sobremesa con un mensaje tremendo por su realismo y porque sabemos que la prota sigue aún de activista pro-vida. Peca sin embargo de excesiva contaminación religiosa - en las culturas laicas europeas esto rechina -, reduciendo la efectividad del mensaje, ya que la destrucción sistemática de miles y miles de vidas al año de forma torticera y oculta a nuestra sociedad del "bienestar" (como los nazis ocultaban a los alemanes los campos de concetración) es realmente un problema de valores éticos y no religiosos. El desfile de adolescentes constante y continuo por la clínica abortista es toda una hagiografía a la degeneración y decandencia de la cultura occidental en su vertiente secularizada, de cómo al ser molesto que no puede defenderse (o bebé no nato o enfermo terminal y no tan terminal) nos lo cargamos con el único argumento que nos molesta y nos impide "disfrutar" de nuestro estado del "bienestar" a tope.