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Voto de Baxter:
9
7,7
79.682
Cine negro. Intriga
Años 50. Tres policías de Los Ángeles se ven envueltos en una intriga criminal que destapa los trapos sucios del Departamento. Para recuperar el prestigio perdido, tres agentes muy diferentes entre sí, el impetuoso Bud White (Russell Crowe), el formal Ed Exely (Guy Pearce) y el ambicioso Jack Vincennes (Kevin Spacey) se hacen cargo de la investigación del caso. (FILMAFFINITY)
21 de enero de 2008
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando Curtis Hanson realizó su película más conocida La mano que mece la cuna, un primer aviso de su forma de entender el séptimo arte, no podíamos imaginar la nostalgia que sentía por el cine negro perdido y el profundo conocimiento de la técnica necesaria para llevar a cabo una vibrante cinta entre el thriller psicológico y el mejor cine policíaco de los cincuenta. James Ellroy regresa a nosotros a través de la cámara de un director minucioso, un elaborado guión y una extraordinaria puesta en escena; en suma, el mejor cine negro americano desde Howard Hawks o Samuel Fuller, con interpretaciones que nostálgicamente nos remiten a Bogart, a Cagney, a Barbara Stanwick, a Lauren Bacall...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
La película se mueve en el terreno movedizo de las pasiones enfrentadas, de la avaricia, de la extorsión, de la mágica intuición de los buenos que no lo son tanto y de la falta de escrúpulos y la ambición de unos cuantos que, como en la vida misma, siempre nos la pegan, y los creemos héroes o adalides de la justicia y de la ecuanimidad. Los primeros se acercan poco a poco, casi circunstancialmente, a una verdad soterrada, a una realidad tal vez previsible aunque no por ello menos vibrante, y a los pocos segundos se les cierra el cerco llevándoles al callejón sin salida de la violencia, a un “cul de sac” deseado y esgrimido por los más grandes realizadores de todos los tiempos.
A través de la inmejorable fotografía de Dante Spinotti se dibuja una red de vidas cruzadas al mejor estilo de Raymond Carver: la del petulante y corrupto Jack Vincennes, interpretado por el siempre correcto Kevin Spacey, el honesto y ambicioso Ed Exley y el primario Bud White (Russell Crowe). Todos ellos policías en una ciudad decrépita, agobiante pero magnífica: Los Angeles en los años 50, y todos ellos dispuestos a ejercer su profesión con determinadas prerrogativas económicas, sociales, políticas, laborales o sexuales.
Nadie es perfecto en esta amalgama de personajes, casi ninguno de los mortales podría identificarse con algunos de estos hombres, aunque todos compartan esa ambigüedad, ambición y egocentrismo que identifica a cualquier ser humano. El hombre honesto se muestra incorruptible mientras no se trate de su ascenso o de su reconocimiento social; el más vehemente se siente confundido por la dulzura y la sensibilidad; la sensual belleza de una prostituta de lujo se ve marchitada por el desencanto de lo superficial, de lo puramente material, mientras se inicia en el desenfreno voluptuoso provocado por el amor. Todo se enlaza perfectamente en una película que logra el renacimiento de un género defenestrado por horteradas chapuceras multimillonarias inmediatamente anteriores; un cine con ritmo adecuado, con una creíble puesta en escena y realizado con ilusión e imaginación, algo casi ignorado en los últimas creaciones provenientes de Hollywood.
Curtis Hanson atina de pleno con su forma de narrar, con toques indiscutibles al cine de Lubitsch, de Fritz Lang, de Howard Hawks, y la intriga se desarrolla con soltura e ingenio, logrando que la presentación y la progresión de los personajes sea paralela a la intensidad de la acción, siempre en el plano de la coherencia cinematográfica, sin separarse del punto de vista irónico, sarcástico y crítico.
A través de la inmejorable fotografía de Dante Spinotti se dibuja una red de vidas cruzadas al mejor estilo de Raymond Carver: la del petulante y corrupto Jack Vincennes, interpretado por el siempre correcto Kevin Spacey, el honesto y ambicioso Ed Exley y el primario Bud White (Russell Crowe). Todos ellos policías en una ciudad decrépita, agobiante pero magnífica: Los Angeles en los años 50, y todos ellos dispuestos a ejercer su profesión con determinadas prerrogativas económicas, sociales, políticas, laborales o sexuales.
Nadie es perfecto en esta amalgama de personajes, casi ninguno de los mortales podría identificarse con algunos de estos hombres, aunque todos compartan esa ambigüedad, ambición y egocentrismo que identifica a cualquier ser humano. El hombre honesto se muestra incorruptible mientras no se trate de su ascenso o de su reconocimiento social; el más vehemente se siente confundido por la dulzura y la sensibilidad; la sensual belleza de una prostituta de lujo se ve marchitada por el desencanto de lo superficial, de lo puramente material, mientras se inicia en el desenfreno voluptuoso provocado por el amor. Todo se enlaza perfectamente en una película que logra el renacimiento de un género defenestrado por horteradas chapuceras multimillonarias inmediatamente anteriores; un cine con ritmo adecuado, con una creíble puesta en escena y realizado con ilusión e imaginación, algo casi ignorado en los últimas creaciones provenientes de Hollywood.
Curtis Hanson atina de pleno con su forma de narrar, con toques indiscutibles al cine de Lubitsch, de Fritz Lang, de Howard Hawks, y la intriga se desarrolla con soltura e ingenio, logrando que la presentación y la progresión de los personajes sea paralela a la intensidad de la acción, siempre en el plano de la coherencia cinematográfica, sin separarse del punto de vista irónico, sarcástico y crítico.