Estamos hartos de ver películas de venganza. Historias de injusticias que deben ser resueltas con violencia para compensar un sistema judicial que no funciona.
No hay nada en el argumento que no hayamos visto antes. Pero, sorprendentemente, la película está muy bien por dos simples factores.
Tenemos a un Kevin Bacon muy decente. El conocido actor realiza una de sus mejores interpretaciones, con escenas muy emotivas y dramáticas que le sacan lo mejor de sí.
Por otro lado, tras la cámara está James Wan. Este coreano nos demuestra que no solo sirve para hacer cine de terror en el que aparecen fantasmas de vieja y muñecos siniestros. Su labor aquí es encomiable. Y si en general no se nota, basta con analizar una escena.
Kevin Bacon es perseguido por los pandilleros. Se da cuenta a tiempo y echa a correr. La cámara le sigue, sin moverse demasiado espasmódicamente. En un montaje prácticamente perfecto el punto de vista va cambiando de los malos al protagonista en esta persecución a la carrera. De vez en cuando la cámara se pone detrás y los sigue, como si estuviéramos allí. Tras unos minutos, la secuencia continúa en un parking de varias plantas. Aquí Wan lo borda, pues la cámara va cambiando de una planta a otra en un pequeño plano-secuencia donde todo se ve perfectamente y nunca decae la sensación de emoción y acción. No digo como acaba la escena, pero hasta el mismo final se nota que Wan sabe muy bien lo que hace y me deja una grata sensación de haber visto buen cine, aunque el resto de la película sea más normalita.