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Voto de Nacho Ambigú García:
3
Thriller. Drama. Terror A una mujer (Jennifer Lawrence) le pilla por sorpresa que su marido (Javier Bardem), un escritor en pleno bloqueo creativo, deje entrar en casa a unas personas a las que no había invitado. Poco a poco el comportamiento de su marido va siendo más extraño, y ella empieza a estresarse y a intentar echar a todo el mundo.
7 de noviembre de 2017
22 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que todavía hoy se tenga que promocionar una película con el adjetivo “provocativa” no dice mucho de nuestra evolución como sociedad, para qué engañarnos.
Aunque el envoltorio sea más lujoso y pretencioso, el reclamo utilizado para cautivar al público por ciertas obras (desde “9 semanas y media” hasta “50 sombras de Grey”) es idéntico al que arrastraba a nuestros carpetovetónicos abuelos hasta Perpignan, para ver películas cuyos títulos (de bufa rima consonante) y guiones (plagados de sonrojantes dobles sentidos inspirados en la fontanería y las manualidades) parecían el resultado de una congregación de universitarios que se han fumado una clase y se han bebido una garrafa de calimocho. Una experiencia que en muchos casos se recompensaba con la pírrica limosna de un pezón en 2 dimensiones.

Algo por el estilo parecía prometer la publicidad de “Madre!”, y, visto lo visto, ojalá hubiera sido eso. Pocas cosas me dan más miedo que un director de cine queriendo ser poeta… y Darren Aronofsky es un reincidente habitual. No digo yo que un poco de trascendencia de vez en cuando no venga mal — no todo en la vida va a ser frivolidad y jolgorio—; distinto es cuando se te va la mano con la dosis y ocurren cosas como que la gente en el cine se ría cuando se supone que lo que estás viendo es trágico y profundo. Traspasar la frontera de la máxima intensidad implica adentrarse en el territorio de la comedia involuntaria (mejor que nadie lo saben los creadores de culebrones).

La película puede verse como una metáfora de la creación artística que toma como referencia el acto biológico del parto. A partir de aquí, que cada cual personalice la receta con los ingredientes que se le ofrecen, unos más evidentes que otros: la maternidad y la inspiración, la gestación de la idea creativa como un embarazo, la intención de equiparar la creación de una obra de arte al fenómeno de generar una nueva vida, la necesidad de que unas vidas se extingan para que surjan otras, la imposibilidad de llevar lo que se conoce como una vida normal (familia, matrimonio, paternidad) cuando se vive entregado al arte, que termina contaminándolo todo… El arte en sí mismo, y el ego del artista, claro está: si el creador destruye su vida íntima, ahí están también los fans, con su fetichismo enfermizo y su devoción loca, irresistible, la tentación de rendirse a la admiración y la adulación, el amor entendido como el placer de que otro te adore… Hay tantas interpretaciones que uno no sabe si quedarse con alguna o quedarse directamente pasmado.

Quizá la clave quiera estar en una frase que el personaje que encarna Javier Bardem le confiesa a su mujer tras haber hablado con algunos de sus admiradores: “Todos han entendido mi obra; cada uno de una manera distinta, pero todas son válidas”. Buen intento, señor Aronofsky, pero también me suena a la típica excusa del egocéntrico ensimismado, del que aspira a la incomprensión como cima de su distinción intelectual.

Otra posible explicación sería la derivada de un análisis clínico; es decir, como el control anti dopaje que les hacen a los deportistas. Persiste el mito —un poco infantil, en mi opinión— de que las drogas pueden proporcionar de manera artificial el talento que uno no tendría nunca de forma natural. No sé si Darren Aronofsky se mete algo o si solo toma rooibos y pastillas Juanola, pero la mayoría de sus películas parecen criaturas surgidas de un delirio politoxicómano. “Madre!” debería ser como una pastilla que te tomas y te provoca un montón de sensaciones estimulantes, pero resulta ser como el efecto secundario de haberte tomado un montón de pastillas que no deberías haber mezclado.

Quedaba la esperanza de los actores, pero el director se las apaña para contagiar su delirio y convertir un contrastado reparto en una caterva de intérpretes histriónicos (llama la atención en especial el caso de Ed Harris, que hasta ahora tenía en la sobriedad su mayor virtud).

La película idónea para tirarse el pisto en una tertulia cultureta, aunque el peaje —aviso— son dos horas y pico de onanismo nivel barracón de reclutas. Ojo, que salpican neuronas con gafas de pasta.
Más información en: http://ambigugarcia.blogspot.com.es/
Nacho Ambigú García
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