Pactar con el diablo no es perfecta, pero quién quiere películas perfectas teniendo películas atrevidas, originales y arrolladoras. Estamos ante una de las máximas expresiones de lo que significa disfrutar con el cine. Pactar con el diablo juega con nosotros y nos prestamos a ello. De eso se trata. Primero te absorbe en esa extraña atmósfera, luego te desconcierta una y otra vez por sus anormalidades, posteriormente llega el terror más absoluto y finalmente te zarandea cuál barco en mitad de una tormenta para dejar paso al desasosiego mezclado con la conmoción y la admiración por lo visto en pantalla.

A todo esto ayuda un ritmo vertiginoso, un montaje asombroso, una fotografía excelsa y un Al Pacino que, cuando parecía imposible, vuelve a sorprenderte. Él es una gran parte del éxito de Pactar con el diablo. Su interpretación no es mejor que la de El padrino II, Scarface o Ángeles en América, pero ¿acaso eso es posible? Sus últimos treinta minutos en pantalla son historia del cine. Le ayudan un solvente Keanu Reeves y una espléndida Charlize Theron.

El mensaje de la película es claro, directo y ciertamente real. Aplaudo que se hagan películas así, que con bastante poco te hacen reflexionar, no sólo con tu comportamiento, sino con el del mundo en su conjunto.