En el desposorio, todos los invitados comen, beben, bailan y hacen el imbécil como buenamente pueden. Son todos amigos o compañeros de trabajo, aunque hay alguno que no está en su elemento y trata de meterse en la Conversación. Pero nada impide que se lo pasen bien recordando anécdotas del curro, o momentos divertidos de la intimidad del novio.

Es una fiesta que gira en torno a él y a su Padrino, pero permanece como ausente, como insignificante, como sin darle importancia. Al fin y al cabo, se desarrolla como cualquier celebración: los mismos ritos, los mismos tópicos, los mismos chistes y el mismo Cazador de solteras. Hasta ponen un vídeo con los mejores momentos del novio en su abnegado trabajo como forma de homenajearlo.

Llega el momento de las fotos, y el novio, en un gesto de clara humanidad, comprueba con la mano y la vista que no tiene bajada la bragueta, no vaya a ser el demonio y se convierta el día más importante de su vida en una Tarde de perros. Todos se dan cuenta y lo señalan, pero en vez de ridiculizarlo exclaman: "qué grande eres", "qué tío tan entrañable", "eres el mejor".

Pero de pronto nos damos cuenta de que esto no es una boda, las imágenes nos engañaban. Estábamos asistiendo a un sencillo y corto funeral lleno de elogios hacia aquel que iba camino de ser un marido ejemplar. Descanse en paz.