Melodrama intenso como las nespresso que se toma George Clooney. Uno piensa que va a ver una película con el sonao de Jon Voight, boxeador retirado dedicado a limpiar establos, dando guerra con buen humor, chicas, bares y juego, ejemplarizando a su hijo de cómo no se deben hacer determinadas cosas. Educando con situaciones reales, borracheras, jugando y arruinándose y más cosas, y no con palabras, psicólogos y consejitos como hacen los padres progres y demás entendidos. Pero no, ésta nada tiene que ver con esas estupendas películas de las viejas estrellas de los Rodeos, esas que surgieron en los 70 para civilizar las películas del Oeste (que prácticamente finiquitaron en los 60) y que más o menos iban de lo mismo; de una especie de redención ante su despilfarradora vida. Aquí está el niño, hijo amantísimo que a pesar del declive de su padre no deja de admirarlo. Te lo puedes creer. No falta la mujer traicionera que lo abandonó años atrás y así ya está montado el lío. Pero el rudo vaquero no existe.

La película abusa de situaciones tope para llorar de lo lindo, lo bueno es que no llega a la tragicomedia y se va soportando (lo del accidente de la yegua es de lo más artificial). Ahora bien, si uno se pone con ella y quiera llegar hasta el final, seguro que termina echando de menos una institución de Menores que se haga cargo de ese niño y lo saque de la película lo antes posible.