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Voto de Doctor Zaius:
8
Drama Frida (Laia Artigas), una niña de seis años, afronta el primer verano de su vida con su nueva familia adoptiva tras la muerte de su madre. Lejos de su entorno cercano, en pleno campo, la niña deberá adaptarse a su nueva vida. (FILMAFFINITY)

Seleccionada por España para los Oscar 2018.
29 de julio de 2017
7 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué nos llama la atención de esta película? Sobre el papel tenemos una crónica de la supervivencia después de una tragedia. Sobre la pantalla encontramos otra cosa, un algo que va más allá de tal descripción. Un juego entre la luz y la sombra que atraviesa todo el metraje y que empapa visualmente casi cada plano tanto en sentido literal como metafórico. La directora aplica esta idea de polaridad a todos los elemento de su material narrativo. Y así, encontramos juegos de contrastes que se van desplegando y enrollando unos sobre otros en los siguientes niveles:

- la naturaleza en la que aparecen inmersos los protagonistas, simultáneamente amable y exhuberante, espacio y contexto para la acogida, la sanación y el juego que, sin embargo, en momentos concretos, albergará amenazas temibles. La catástrofe potencial encapsulada en el corazón del paraíso;

- el pueblo donde viven los protagonistas, descrito un poco segundo plano, como un escenario secundario destinado a recordarnos que hay una realidad más allá de la casa familiar en la que también hay que desenvolverse. Su apariencia es la de un lugar acogedor y cálido que, sin embargo, deja sitio para un montón de conversaciones por detrás, para todas esas miradas suspicaces, para la desconfianza y el recelo: un ambiente luminoso enturbiado de tanto en cuanto, opacado por ciertos velos ligados a prejuicios antiguos;

- la vida en familia, repleta -¿saturada?- de afecto y proveedora de confort material pero anudada a un pasado que se enraíza con vigor en la tragedia; amarrada mediante lazos que ha sido electrificados hasta la incandescencia y que serán puestos a prueba por la protagonista. Es en esta comprobación de su fortaleza donde están los hitos dramáticos del metraje, donde las intensidades desbordarán el andamiaje de las relaciones familiares, donde el amor que se le ofrece al personaje central y su capacidad de resistirlo todo será puesto a prueba hasta el límite;

- la niña protagonista, Frida, cuya situación de partida es el trauma con el que arranca la película. Actuando como una especie de ángel sonámbulo que estuviera por encima del bien y el mal, a veces parecerá encarnar lo mejor de la niñez (inocencia, frescura, capacidad de afecto ilimitada) y otras lo peor (celos, envidia, egoísmo, crueldad y manipulación emocional). Todo su personaje está construído -escrito- con una precisión y una delicadeza excepcionales, encarnando la complejidad del huérfano que aún no se puede creer que tal es su condición. La niña actriz Laia Artigas dota de verdad a un personaje complicadísimo, le da espesura y densidad, edifica su humanidad desde lugares a los que sólo acceden los grandes actores: su forma de mirar, la manera de quedarse en silencio, la tensión de sus movimientos, el frescor de sus carcajadas, la estupefacción de alguien a quien se le ha roto la vida al completo de golpe.

Rodada en un entorno natural que bordea lo idílico y centrada en la descripción de un entorno socio-familiar que está aparentemente a un paso de la perfección, la película presenta como logro mayor la construcción de una sombra ominosa que se inscribe en la narración de forma continuada en oposición a todo lo anterior. Hay casi en cada fotograma una capa de incomodidad importante, un desasosiego que empieza teniendo la consistencia de un rumor para ir adquiriendo un contorno definido pausadamente, combinando sacudidas repentinas y acumulación infinitesimal a partes iguales. La sombra es especialmente visible en alguna escena en el bosque o en el río, cuando el paraíso se torna súbitamente lugar de una tragedia posible debido a apenas un par de gestos. La sombra también ronda en las noches insomnes de la protagonista, se viste de irracionalidad inexpresable y de religiosidad artificiosa. Ronda la casa donde vive la familia, repta por las calles del pueblo y se traslada a las paredes de la sala de cine, envolviéndonos y asfixiándonos. La sombra se enrosca alrededor de la luminosidad que se despliega ante nuestros ojos amenazando con devorarla, sosteniendo con ello una tensión que termina quebrándose justo al final, en una escena que no es tanto liberación como aceptación: deja que la sombra se sumerja en ti, déjate invadir por ella para hacerla tuya, y, así, finalmente, poder vivir.

El argumento es sencillo: una niña -Frida- se queda sin madre a causa del SIDA que, en 1993, recordémoslo, aún era enfermedad motivo de vergüenza y estigma. Dicha niña -cuyo padre ya había fallecido anteriormente- es acogida por sus tíos -un hermano de su madre y su mujer- y tiene que aprender a vivir su nueva vida en la que, además, hay una hermana pequeña cuya presencia le recordará todo el rato aquello que ya no tiene. En la construcción naturalista del trayecto de Frida hacia la aceptación de su nueva situación asistimos a un despliegue considerable de recursos cinematográficos: encuadres deslumbrantes de la naturaleza en la que se enmarca la mayor parte del metraje, secuencias calmosas en las que lo cotidiano se despliega con pereza, primeros planos de las caras de las protagonistas que saturan la cámara con su expresividad, momentos de agitación transmitidos matemáticamente gracias a esa correa de transmisión llamada cámara en mano, interiores en los que el uso de la luz natural trasluce cierta genealogía pictoricista, retratos de grupo que remiten a la inacabable tradición cinematográfica de corte costumbrista e, incluso, cierto toque etnográfico en la descripción del pueblo. (+ en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Doctor Zaius
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