"Ciudad de dios", equivale a el milagro que siempre esperas que suceda en una sala de cine. Te enamora y te soprende desde que aparecen los créditos. Basta con conocer al "trio ternura" para comprender que esta vez estamos presenciando algo grande, una obra imperecedera, una exhibición de talento que nunca morirá en la memoria. Crudo y necesario metraje, de los que dejan poso, de los que marcan un antes y un después en la historia del cine.

Narrada y montada por la mano honesta de un maestro, consigue envolverte hasta meterte de lleno en las peligrosas calles de ese Brasil que tan lejos está de los culos en tanga que pasean por Copacabana, del fútbol-playa y de los carnavales de Rio. La sinceridad de la historia es desgarradora y brutal. Ajenos a un mundo como ese, donde la supervivencia está por y sobre todas las cosas, los juicios morales se nos escapan de las manos. La necesidad, el miedo y la angustia de seguir viviendo, es algo que solo conocen quienes han tenido la desgracia de poder saborear.

Poderosa colección de fotogramas y de personajes, que ya son parte de la memoria colectiva del cine. Leandro Firmino consigue la creación de un mito inolvidable, de los que se alza hasta convertirse en pura ensoñación. Zé Pequeño es imprevisible y brutal, construido con frialdad y mimo, el eje perfecto en el que apoyarse para rodar una de las mejores películas de todos los tiempos. Y creo que esto puede decirse alto y claro, pese a que Meirelles haya creado obras menores y aun siga respirando.