Y es que hasta se queda muy corto. Somos muchos ya entrados en una edad, los que miramos con estupor el ridículo permanente que habita en esta sociedad. Y hay que tener cuidado con lo que se dice, porque se ofenden mucho. Y esta realidad es tan descarada, tan avergonzarte, que un tipo como Santiago Segura, más listo que el hambre, la ve con meridiana claridad, y tiene una necesidad intuitiva de contarlo.
Lo que ocurren es que el pobre hombre vive rodeado de este espanto, es su entorno, su trabajo, su gente, así que se pasa la película intentando navegar en el mismo mar que le apesta, en el mar de la no ofensa, práctica en su película lo mismo que intenta criticar.
Me lo imagino deseando llamarlos " imbéciles profundos", pero no se atreve, para no ofender.
Así que el resultado final es insulso, frenado, contenido.
Si hubiese tomado ejemplo de lo que le pasa al personaje de una correcta Maribel Verdú, la película podría haber tocado consciencias, provocar reflexiones, y hacer que algunos, algunos y algunes comprendan el ridículo intenso que hacen cada día.
Ilusiona la premisa, decepciona la cobardía.
Es un boceto amable de lo que realmente le pasa y nos pasa a muchos por la cabeza.