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Voto de Vivoleyendo:
8
Romance. Drama Marty es un carnicero solterón que todavía vive con su madre. Suele salir con frecuencia con sus amigos por la noche, intentando encontrar a alguna chica con la que compartir su vida y hacer planes para el futuro. (FILMAFFINITY)
14 de enero de 2015
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quién lo iba a decir. Una película en blanco y negro tan sencilla que no debía de lucir en absoluto entre las grandes superproducciones, el rutilante Technicolor, el star system, las guapísimas estrellas que copaban las carteleras… Y fue y se llevó montones de nominaciones y premios en 1955. Un modestito “sleeper” que, como un pequeño David, venció a los gigantes Goliath de una certera pedrada. Una pedrada que llevaba incorporadas las maravillosas y conmovedoras interpretaciones de Ernest Borgnine y Betsy Blair. No tenían el rostro de un James Dean, un Rock Hudson, una Marilyn Monroe o una Elizabeth Taylor, pero no les hizo falta. Demostraron que ante el talento natural hasta la belleza física palidece.
Pobre Borgnine, que por su aspecto de brutote le solían endilgar papeles de malo y antipático. Menos mal que le ofrecieron la oportunidad de cambiar de registro.
Y se convirtió en un bondadoso solterón capaz de hacer saltar las lágrimas a medio mundo.
Marty tiene treinta y cuatro años. No es lo mismo tener esa edad actualmente que hace seis décadas. Si ahora alguien se halla en plena juventud en la treintena, en 1955 se estaba en los comienzos de la madurez. Y encontrarse sin cónyuge era mucho más traumático que ahora. La presión social sobre los solteros llegaba a ser asfixiante y enseguida eran mirados con recelo y condescendencia, como si cargasen con una tara que los hacía no tan dignos de compasión como de desprecio. Los casados les colocaban sus sermones sobe las bendiciones del matrimonio, como si realizasen la caritativa labor de conducir al descarriado hacia el redil; o les regañaban por su desvergüenza de ir por la vida sin una “media naranja” ni anillo de boda en el anular.
La cuestión era que nadie les dejaba en paz. Todos querían buscarles pareja y prácticamente los obligaban a frecuentar los sitios donde había probabilidades de echarle el lazo a alguien. Ni siquiera cabía pensar en que a alguno de ellos no le apeteciera compartir su vida o que se tomara su tiempo para ello.
Pero, como de costumbre, había un doble filo o una doble moral de por medio. Porque en el momento en que el pobrecito soltero encontraba una oportunidad de cambiar su estado civil en un futuro no muy lejano, la “compasión” ajena se transformaba en celos, envidia, inquina y un egoísmo acendrado. A la gente cerril le gusta sentirse superior ante las carencias o tribulaciones de los demás, le encanta autonombrarse adalid de caridad y regodearse con la infelicidad del vecino. En el momento en que la víctima amenaza con ser feliz, se le retira toda consideración y de repente ha pasado de ser un desgraciado a ser un advenedizo. Y cada cual encuentra razones egocéntricas para denostarlo. La madre posesiva por miedo a quedarse sola, que tenga que mudarse y que su cómoda rutina se altere. Los envidiosos amigos porque la conquista de su colega siempre será “defectuosa”. Si fuera guapa, dirían que es tonta; si fuera corrientita o fea, peor; le dirían que se buscara a una guapa tonta. Su primo pasaría de él tres kilos después de haberse aprovechado de su buena condición.
Marty, de la forma más inesperada, justo tras abandonar toda esperanza, conoce a Clara, otra solterona como él, y conecta con ella como no lo ha hecho nunca. Por fin el humilde carnicero del Bronx interesa a una mujer. Ella no se fija en su figura corpulenta ni en sus facciones un poco bastas y vulgares. Se fija en su simpatía y su bondad. Marty tampoco se fija en que Clara no es de las de portada de revista, en cambio ve el encanto de su expresión dulce.
Es verdaderamente precioso cómo estos dos semi-marginales descubren un vínculo que les abre la puerta hacia un mundo que ya creían vetado, y duele observar cómo el entorno, en lugar de alegrarse por ellos, los condena después de haberles inyectado durante toda su vida la angustia por alcanzar lo que ahora pueden alcanzar.
Blair fue entonces (también en “Calle Mayor”) el icono de las mujeres que temían quedarse para vestir santos, una situación realmente triste para ellas, y Borgnine fue el icono de los feúchos que rompían el tópico de que los guapos son los únicos que tienen derecho a triunfar en el amor.
Vivoleyendo
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