Sigo con las críticas a películas que considero "perfectas", de las que no se debería cambiar ni un fotograma, de las que son ya Gran Arte del siglo XX ("El apartamento", "campanadas a Medianoche", "Vértigo"...).
Habiendo sufrido como he sufrido las constantes lluvias de Irlanda y su nunca (o casi nunca) presente Sol puedo decir que Irlanda no es el paraíso que creía que era. Me habían engañado. John Ford me había engañado.
La Irlanda de esta película, concretamente Innisfree, es lo más parecido al Paraíso que se ha llegado a retratar en la pantalla. Un lugar donde hasta la maldad es inocentona, donde las peleas son divertidas y parece que no duelen, donde los alcohólicos no son enfermos, sino pequeños Dionisios y Faunos. Donde se encuentra la redención (hasta un hombre como el personaje de John Wayne encuentra allí su felicidad), donde se encuentra el amor (¡y qué amor, Mauleen O'Hara, nada menos).
Pero la estrella de la función es, sin duda, el robaplanos más maravilloso de la historia del cine: el personaje de Barry Finn, Mickelyn, el casamentero borrachón, un Leprichaun genial.
Esta película forma parte, junto con "Centauros del desierto" y "El hombre que mató a Liberty Balance", de la que para mí es la Trilogía de Oro de Ford. Hay otras que son también inigualables ("qué verde era mi valle", "la legión invencible", "misión de audaces", "el delator"...). Pero esta, esta en concreto, es la más optimista, la que, como "El apartamento" de Billy Wilder, te puede salvar la vida en un mal momento.
Todos queremos ir a Innisfree cuando muramos.