Tiene lo que se necesita: sustancia, buen manejo del ritmo, puestear con elegancia y sofisticación, todo lo que justamente más se echa en falta en los thrillers contemporaneos. Ver como se mueve esa cámara y como los actores recorren los escenarios es una delicia para la vista. Ningun plano se siente fuera de lugar, todo el montaje es de relojería fina, decidido con cálculo extremo por el infravalorado Basil Dearden.
A medida que la historia avanza aumenta el suspenso, e incluso durante el segundo y tercer acto se dan momentos de suspenso psicológico, y algunos destellos de terror de la mano de Ralph Richardson y Gina Lollobrigida (ambos notables). Aunque mi favorito acá es Sean Connery...