Sigue siendo motivo de tertulia y chistes entre antiguos camaradas. ¿Quién no ha caído alguna vez en la tentación de burlarse de aquellos chuts de fuego que perforaban partidos o esa última jugada que podía prolongarse dos episodios si a los creadores les interesaba? Sin duda, "Oliver y Benji" no era una obra realista, se trataba de un manga de niños con superpoderes que en sus ratos libres jugaban al fútbol.

No obstante, para mi generación siempre será algo entrañable. La noble epopeya de Oliver Atom dio muchos entretenidos desayunos. Viaje para el que nunca estuvo solo con camaradas como Benji, Bruce o Tom (aquel Michael Laudrup a la japonesa que prefería dar el pase antes que rematar él).

Con todo, la clave serían los rivales deportivos. No hay buen manga sin carismáticos antagonismos. Y Mark con su Maped siempre fueron de lo mejor del show. Admito que, no pocas veces, uno soñaba con que se salieran con la suya y terminasen ganando a los buenos.

Vista con ojos de adulto, todo suena hiperbólico, casi en la frontera con el ridículo. Deberíamos pensar que el producto ya no es para nosotros. Pero que en el paraíso perdido de la infancia, con esa larga lista de defectos, siempre tuvo la virtud redentora de la imaginación al poder que la convirtieron en una serie de culto.