Nolan ha conseguido crear la (casi) perfecta combinación entre el blockbuster veraniego (repleto de explosiones, tiros y persecuciones) y el cine de autor destinado a convertirse en trabajo de culto (historia compleja, no contada de forma lineal y con varias interpretaciones). Leonardo DiCaprio encabeza el reparto dando vida a Dom Cobb, líder de un grupo capaz de introducirse en los sueños ajenos para robar pensamientos ocultos de sus víctimas o inyectarles nuevas ideas. Pero, en su último encargo Cobb se juega mucho más de lo habitual, ya que puede conseguir algo que ansía desde hace mucho tiempo…

Es francamente curioso el parecido entre Origen y Shutter Island, dos películas estrenadas el mismo año, protagonizadas por DiCaprio, con argumentos destinados a hacer pensar al espectador (lo que siempre es un plus) y cuyo personaje principal (es decir, al que interpreta el actor) sufre de una vida personal (y más concretamente marital) ciertamente complicada. Sin embargo, ahí acaban las coincidencias, porque Nolan se decanta por ofrecernos un producto en el que la acción y los efectos especiales juegan un papel importante. Afortunadamente, los mismos están al servicio de la historia y no al revés.

Si los efectos especiales y, por ende, todo el acabado técnico es impecable (véase la escena en el hotel protagonizada por Joseph Gordon-Levitt), no menos notable es la labor de su impresionante reparto, con DiCaprio a la cabeza, quien tiene a su cargo el papel más tridimensional (su vida y sus problemas son en realidad los verdaderos ejes de Origen). También habría que señalar el impecable trabajo de montaje (más todavía si tenemos en cuenta la complejidad de la historia y la necesidad de coherencia en la misma) y, claro, la dirección de Nolan, quien consigue que, a pesar de su duración, el ritmo no decaiga (sólo se resiente, ligeramente, durante uno de los últimos tramos). En definitiva, Origen es una de esas películas imprescindibles, algo estruendosa pero cuyo trasfondo resulta sorprendente.