Nuestra cinematografía no es muy dada a depende qué tipo de géneros (algo que afortunadamente ha ido cambiando). Por ello resulta especialmente chocante que Mateo Gil, amiguísimo de Amenábar y director de, por ejemplo, Nadie conoce a nadie, se haya embarcado en un proyecto como el que nos ocupa: un western cuasi crepuscular en el que Sham Shepard interpreta a Butch Cassidy y cuyo guión juega con la posibilidad de que éste no hubiera fallecido en Bolivia.

El resultado no es espectacular, pero sí más que interesante. Y lo es por la correctísima labor de Shepard (no así de Eduardo Noriega, quien nunca me ha parecido ese gran actor que muchos pronosticaban a finales de los noventa), por sus localizaciones y por su un tanto inesperado giro final. Lo mejor: todo lo que tiene que ver con su apartado técnico.