Interesante propuesta de cine de terror de la mano de Bernard L. Kowalski. Ya empieza a inquietar el mensaje inicial, en el que el director aclara que se ha rodado con serpientes reales y agradece a los actores la calma y la sangre fría de éstos en las escenas en las que trabajaban con ellas.

Sabiendo esto de antemano, el filme impresiona precisamente más por esas escenas que por la historia que cuenta, la de un científico (Strother Martin) obsesionado por estos reptiles que hace extraños experimentos con humanos para crear un monstruoso híbrido. Para ello, contrata a un joven ayudante (Dirk Benedict) y le suministra un brebaje que lo irá convirtiendo paulatinamente.

Kowalski es consciente de que el reclamo de su película son las serpientes y pone especial cuidado en las escenas en las que son manipuladas, sobre todo por Strother Martin. Se nota que el actor recibió varias clases sobre cómo tratar con los animales, pues se le ve muy suelto y es tan creíble que parece como si se dedicara a ello toda la vida. Esos son los mejores momentos de un filme que mantiene una buena cohesión entre los aspectos fantásticos y los más mundanos, con romance de por medio incluido entre Benedict y Heather Menzies.

El filme contiene varias escenas interesantes, como la transformación paulatina de Benedict en una cobra (recordando la de Jeff Goldblum en “La mosca”, 1986, aunque salvando muy mucho las distancias), o el muestrario de serpientes que nos enseña Strother Martin en su laboratorio.

Película para rescatar de un injusto olvido.