Una obra maestra del cine japonés en su edad dorada, rodada por Mizoguchi con precisión de maestro y delicadeza de orfebre.
Envuelta en un halo entre misterioso y directamente fantástico, la película - centrada en la historia de dos parejas separadas por una cruenta guerra civil - es toda una maravillosa reflexión acerca de la ambición como pecado y la humildad, hasta el amor tras la muerte, como penitencia.
El hombre aquí aparece como un ser encabezonado, maleable y facilmente engatusable vien por los encantos femeninos, bien por el ansia de notoriedad (la historia del samurai). La mujer queda reflejada como el ser delicado, reflexivo, sufriente, que acaba rescatando al hombre de su ceguera total.
Dotada de una estupenda solidez formal y una atmósfera de lo más convincente y conveniente, es una película de magistral puesta en escena y espléndida contraposición, en un simulacro magnífico de juego de espejos, entre Realidad e Irrealidad, entre lo poético y plenamente lírico, con lo desgarrador y desarmante, en un conjunto que ofrece cine a degustar y paladear, del que (casi) ya no se hace, clásico pero a la vez pleno de autoría, talento, distinción.
Hermosísima parte final: el retorno a casa del orfebre...