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El sabor de la noche

Romance. Drama Elizabeth (Norah Jones) es una joven que comienza un viaje espiritual a través de América en un intento de recomponer su vida tras una ruptura. En el camino, enmarcada entre el mágico paisaje urbano de Nueva York y las espectaculares vistas de la legendaria Ruta 66, la joven se encontrará con una serie de enigmáticos personajes que le ayudarán en su viaje. (FILMAFFINITY)
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Críticas 181
Críticas ordenadas por utilidad
29 de septiembre de 2008
46 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estoy jugando. Jugando a identificar a cada director con uno de los cuatro elemento naturales o raíces.

Sue Lynne entra contoneándose a un bar. Deja siempre que un mechón caiga sobre su cara. Sue Lynne es explosiva, es ardiente y juguetona. Es peligrosa. Arnie sigue su contoneo. Sabe que ya lo perdió para siempre, que sus curvas se perdieron entre los últimos tragos de güisqui. Los últimos tragos siempre son esta noche.

Es todo tan terrenal. Tan humano.
Tan doloroso.
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Sue Lynne conoce a Elizabeth en la barra de un bar. Lizzie no deja ver su dolor como Arnnie. Pero lo tiene escondido. Y Lynne lo sabe, lo intuye porque una vez ella fue Lizzie. Quizá haya gente que piense que Lizzie huye, pero lo cierto es que Lizzie está en el camino. Aprendiendo, buscando en cada persona un trozo más de su vida.
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Leslie empuja la puerta.
Hay gente que entra en tu vida sin pedir permiso y luego sale con la misma indiscreción. Su intromisión asusta, la ausencia aterra.

Buscamos recuerdos. Buscamos manos que nos tocaron y labios que nos besaron. Buscamos esas cosas que son de barro.
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Jeremy es el que siempre espera. El que lleva los recuerdos hasta la extenuación. El que añora la primera gota que cayó de lluvia cuando arrecia una tormenta. Somos los buscadores de sueños escondidos. Los que esperan.

Las esperas y los sueños. ¡Qué cosas, verdad!
Sí, ni el viento se las lleva.
Chagolate con churros
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4 de enero de 2009
43 de 60 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con un reparto de lujo Wong Kar nos presenta este somnífero con unas conversaciones larguísimas y aburridas, un tremendo abuso de la cámara lenta, una mala presentación de los personajes, etc...

Lo que más me entretuvo fue la historia de Natalie Portman. Eso sí, ésta y Rachel Weisz físicamente son espectaculares. La descocida Norah Jones tampoco está mal y Jude tampoco, vamos, nadie está mal dentro de lo que cabe, lo que falla es la dirección y el SOSO guión.

Lo mejor la fotografía. El resto a la basura, lo siento.
Condosco Jones
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17 de diciembre de 2007
35 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de su alambicada y obsesiva ( al mismo tiempo que notable ) "2046" a Wong Kar-Wai se le abrieron las puertas de Estados Unidos donde parece que seguirá un tiempo más con "The lady from Shangai". A muchos se nos abrió la duda de si era del todo acertada su decisión (hemos visto caer grandes torres ante la maquinaria hollywoodiense) y su difusa, o al menos discutida visión en Cannes aumentó la incertidumbre. "My blueberry nights" digamoslo de entrada, posee un guión mucho más accesible (por supuesto más que "2046" pero también más que "In the mood for love") y por accesible quiero decir cercano, más abierto a la sensibilidad occidental. Más sencillo, sin que esto vaya en detrimento de nada. Porque lo que sobrevuela esas posibles debilidades si uno busca más quiebros, más trama, es un innegable poder visual, un gusto exquisito por cada plano y un ritmo tan acertado que es casi imposible escapar al hechizo expositivo de "My blueberry nights". El reparto es el que es y es sobresaliente pero nadie diría que Norah Jones no se dedica a la interpretación, su personaje es el caramelo del film. Los personajes tienen en común algo que es una constante en el cine de Kar-Wai, viven torturados por el amor, pero con tortura y todo se necesitan y vuelven una y otra vez al amor. Como ese policia derruido que interpreta el magnifico David Strathairn, esa mujer fría que esconde todo el dolor de un ser humano a la que da vida Rachel Weisz, esa Natalie Portman sin rumbo fijo que encuentra en Lizzie (Norah Jones) un apoyo a sus miserias. Y ese Jude Law que aparece perfecto, lo justo en esta película de bares, pubs y casinos, donde tarta y helado de por medio uno se puede enamorar de esa chica adormecida en la barra de tu bar.
Hay además un momento precioso con reversión musical del "Yumeji's theme", hay de nuevo escenas delicadas en torno a la fotografía y a la imágen ralentizada. Pero no se puede decir que "My blueberry nights" sea más de lo mismo, una continuación de estilo tan clara como tal vez "2046" era con "In the mood for love", unidas en forma y fondo. Conserva gran parte de lo mejor de Kar-Wai unido a un reparto excelente y todo gira en torno a unas imágenes de las que da gusto enamorarse.
Vargtimmen
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20 de enero de 2009
27 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
—¡Ahora vuelvo!

“Voy a dar una vuelta por el espejo del mundo, un viaje para dejar a las llaves encontrar su cerradura, salir del tarro donde aguardan a que su dueño las quiera, a que desee entrar en la casa que abren…”.

El lenguaje de las llaves, de las claves.

El punto de partida, un bar neoyorquino.
El camarero es un Jude Law muy inspirado, como a lo largo de la película Natalie Portman y la debutante Norah Jones, los tres acercados al espectador por planos muy cortos. Cocina tartas de arándanos que también aguardan a que alguien las quiera.
Con memoria y observación portentosas, puede narrar la historia exacta de cada llave (entre todas, una abre una puerta que a él le importa), y puede recordar quién ha comido qué plato, y con qué guarnición: el señor Costilla con Puré, la señorita Cuatro Estaciones...


Ella se da una vuelta por Norteamérica para reacomodar durante cientos de noches, haciendo tiempo despacio, los miembros de su corazón maltrecho, conectado en todo momento a Nueva York. Hacia el bar salen postales.
Los dramas personales a que asiste mientras sirve copas en Memphis y Nevada resuenan en ella, conmoviéndola.
Algo ve y comprende, poco a poco.
Alguna fibra tocan el bebedor que se aniquila a sorbos, porque no encaja la ruptura matrimonial, y la jugadora enganchada al suspense del azar (como el ludópata dostoievskiano) para olvidar al obsesionante padre, también jugador.


Evitando psicoanálisis e introspecciones, el objetivo de madurar el regreso oportuno se cifra simbólicamente en ahorrar y conseguir un coche con que completar la gira.
Narrada sin complicarse la vida, pues. Sin tampoco matarse en ese flanco de la película.
Lo visual, en cambio, es tratado con filigrana: color saturado, policromía sensual, cámara muy viva, interiores densos, vasto paisajismo en la desértica Nevada de rectas kilométricas, acompasamiento de la imagen con escogida música… Aunque, tal vez para estirar la duración de los instantes, Wong Kar Wai recurre en exceso a la ralentización, por ligera que sea la bajada de velocidad: la “maniera”, ya se sabe, llama la atención sobre sí misma, innecesariamente, y estorba un poco el disfrute de este suave relato lírico, que se paladea como un postre o una merienda.
Archilupo
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22 de diciembre de 2008
27 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
La madre de Wong Kar-Wai dio a luz en un bar de colores chillones, de gramola estropeada y de humo constante; del esfuerzo se le coloreó el pelo de morado, por no hablar de la inmediata afonía que le supuso. Su padre, mientras tanto, grababa el parto entre tartas de arándanos y ensaladas; salía del bar para enfocar tras los cristales y volvía a entrar para realizar primeros planos de su hijo, de su mujer, del camarero que llamaba a la ambulancia. Al llegar a casa, cogió la cinta y la montó, a su manera: desordenó el conjunto, ralentizó gran parte del contenido, acomodó la música, jugó con las luces molestas y atizó los moldes de lo ‘usual’.

Y éste fue el vídeo casero que pusieron durante años los días con lluvia y en los cumpleaños; e irremediablemente influyó en la forma de manejar el ritmo y componer del hongkonés.
Dromedario
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