Dulces engaños

Al final el cazador es cazado, ha sido mangoneado como un pringado, le prometió amor solo para llevarle al huerto, para que hiciera el trabajo sucio, pero ahora ella prefiere volver a lo de antes, a vivir del cuento, de sus padres, como si fuera una infinita niña, con toda su intacta candidez, como si nada hubiera pasado y estuviera todavía en la casilla de salida.
La inocencia es la máscara que adopta la mayor corrupción y sabiduría. Él se la creyó y pagó un alto precio, el de ser estafado, el de sentirse humillado y toreado, no la volverá a tener seguramente, es demasiado viejo, para ella está acabado, por eso él corre tanto con el coche a la vuelta, está amargado, sabe que ha perdido, por eso al principio no se fiaba, eso dijo, que a su edad la felicidad es una extraña compañera de la que hay que desconfiar y que ella a su temprana edad es al contrario, todo lo prueba, con nada se queda, mucho no le importa, es capaz de frivolizar o jugar con esas sagradas cosas, y ella le dijo que no, que le amaba de verdad y para siempre, y mira tú por donde ahora, se cumplieron a rajatabla sus peores temores, allí está con las flores y sin la bella y traidora Marieta, se pensaba un elegido y no fue nada más que un medio, un rito de paso, solo un símbolo, apenas un cuerpo o pene.
Ella descubre lo ridículo de todo, que ni siquiera el tan publicitado sexo es la llave de nada, que no es para tanto echar un polvo, y que el amor es solo una ocultación, un nombre o disimulo, una sublimación de la naturaleza, un modo de elevar una necesidad ancestral, para lo que sirve la cultura, para transformar lo animal en algo moral, por qué lo llaman amor cuando quieren decir eso, que nada es tan importante, que todo va a seguir más o menos como antes, que cruzar esa frontera tampoco es tan bueno, que no hay prisa, que mejor seguir como antes, como si nada, con la comedia de no saber y ser muy buena, de hecho, él se lo tragó tanto que después del sexo creyó por un momento que ella estaba distante debido a su fragilidad, ya que le había entregado su flor, y que había que protegerla y cuidarla más, y ella se ríe y él acaba entendiendo, no le queda más remedio, seducido y abandonado.
Al principio de la película, nosotros la observamos como voyeurs, en el último plano es ella la que nos mira con cierto descaro, se ríe sutilmente de nosotros, nos desnuda con su picardía, su mirada adulta, ya sabe lo mismo que todos, nos conoce mejor, todo lo que intuía y es cierto, pero peor, más o menos.
Ella está soberbia, traviesa y candorosa. El resto bien la acompaña y arropa, aunque los hombres son más pasmarotes y más, como dice la amiga preñada de spleen, de existencialismo francés, parecen maniquíes de escaparte que humanos seres, puros botarates.
Hay varios momentos turbios o más ambiguos, pero quizás uno de los más claros o interesantes por no estar tan subrayado como otros de calado parecido sea el referido a su hermano, ese baile, ese tabú o ese darse cuenta de lo que ella realmente quiere y de que lo está utilizando para conseguir su objetivo de forma un tanto retorcida, como al otro, como a todos, ya que no se atreve a hacerlo sola, prefiere ir con carabina, tener una excusa, en fraternal compañía a cumplir con su ineludible destino, a enfrentarse cara a cara con la vida.
Cuando una adolescente decide algo, todas las fuerzas del universo se conjuran para que se cumpla su anhelo o deseo, no hay remedio, no te enfrentes a ello, aparta de su camino o estarás perdido.
Gran dirección, primeros planos, medios, travelling, de todo un poco, libertad y precisión, juego y rigor, y una banda sonora con algo de jazz como remate.
De Joyce a Woolf pasando por un realismo poético muy italiano y toda su tradición lírico amorosa, fúnebre y reflexiva, elegíaca y ponzoñosa, barroca y sobria, satírica y juguetona.