El santo (Serie de TV)

Cuando era niño recuerdo que le pedía mi padre permiso para ver la televisión, por lo regular me gustaba ver caricaturas. Y mi padre me contestaba: No hijo, porque voy a ver a “El Santo”.
¿Quién es El Santo? Me preguntaba yo, ¿Acaso un luchador plateado de mi país?
¿Acaso un ángel?
Después supe que era el famosísimo y mundialmente conocido Simón Templar; un héroe legendario, mundano, elegante y sofisticado que hacia justicia por su propia mano alrededor del mundo.
Todavía hoy recuerdo la figura del monigote con la aureola sobre la cabeza. La figura, la “caricatura” que en mi infancia me hacia soñar con un futuro prometedor y un mundo mejor.
Una delicia ver a Roger actuar.

El Santo ha regresado.

Hoy día tenemos por referencia la película protagonizada por Val Kilmer (El Santo, 1997) en la que incluso dota al personaje de una niñez y un pasado.

Simon Templar (Roger Moore) es un investigador por cuenta propia, podríamos decir que un misterioso altruista que actúa paralelamente a Scotland Yard, resultando una carga para el inspector jefe. Es desinteresado, desprecia el peligro y trabaja siempre en solitario. Su anagrama de la figurita con la aureola encima de la cabeza fue famosa en la década de los sesenta. La serie era de acción y una de la más exitosa de los estudios londinenses televisivos de aquellos años.

Hoy día El Santo no tendría fácil una franja horaria a la hora de presentarnos sus aventuras en la televisión, como igual tampoco la tendrían series como Los Vengadores con el bombín y el paraguas de John Steed; El Fugitivo, toda la vida detrás del manco; 24 horas al día o The Sweeneys; El Prisionero: el famoso Número 6; Hawaii 5 0 y el teniente McGarret; Misión Imposible y los microfilms; la pareja de play boys de Los Persuasores (también con Roger Moore) o El Agente de CIPOL con Napoleón Solo y su ayudante Illya Kuryakin: pero quede constancia de que eran series de culto. Como las de aquella década de ciencia ficción o del Oeste.

Simon Templar era un agente que a sus modales refinados hay que añadir esa acción de las sencillas peleas, el punto fuerte del episodio: puñetazo a la mandíbula, una voltereta por el suelo, una mesa que se rompe, un golpecito de kárate con el dorso de la mano en el cuello y el enemigo cae al suelo fuera de combate. Luego se coloca la corbata, se peina un poco y entonces la rubia sonríe como tonta y a salvo.

Por tanto, una serie con encanto y mérito de sobra porque además, como muestra de su valía, un episodio de la serie en el que roban un avión suplantando al piloto, fue copiado, muchos años después, para una de las entregas de James Bond: Goldeneye (1995).

Memorable serie de suspense y de acción que marcó mi niñez.

A través de una ambientación funcional, de un ritmo narrativo apropiado, de una estética refinada y, especialmente, de un personaje complejo psicológicamente, una especie de caballero andante moderno, de alta elegancia y finos modales, atractivo para las mujeres, pero expeditivo y audaz, se alcanzaban tramas con un guion bien resuelto y llenas de intriga, de misterio y de emoción, donde el plato fuerte de cada capítulo --sin duda-- eran las peleas, estupendamente rodadas, del protagonista con los diversos malhechores que trataban de imponer a los demás sus egoístas e injustos intereses; aunque nunca, claro está, lo conseguían.

Una serie mítica, de notable calidad, con un actor estupendo, que logró buenos niveles de seducción para los muchos espectadores televisivos, infantiles y adultos, de la época. Y con la que siempre estaremos en deuda.

Muy destacadas, sin duda, estas inolvidables aventuras internacionales protagonizadas por el gran Roger Moore.

El creador de la serie Leslie Charteris y quienes le siguieron, nos obsequiaron con 118 episodios repartidos en siete años, con un protagonista de esos que además de hacerlo bien, era también guapo: Roger Moor en el rol de Simon Templar, un hombre que tenía de todo, era culto, educado, bien vestido, sagaz, etc., convertido en adalid de los débiles a quienes siempre ayudaba, con métodos en ocasiones irregulares, y un monigote con aureola, emblema personal del ‘Santo’.

Siempre me gustó esta serie, era súper-entretenida y era tolerada para menores, lo cual que nos dejaban verla sin inconvenientes. Además, la violencia no podía ser más loca e ingenua pues Templar peleaba con sencillez, un ligero golpe en mandíbula del malhechor, volteo, mesa o mueble el que fuere que se rompe con enorme facilidad y el malo abatido y fuera de combate. Por supuesto siempre había una chica mona a su lado de amplia e inocente-insinuante sonrisa, mayormente rubia. A renglón seguido de los golpes Simon se acicala, se arregla la corbata y a otra cosa mariposa: ¡’sencillamente’ genial!

Eran pues capítulos encantadores y de sobrado mérito, con elementos nuevos, con entramados asequibles en el mejor sentido, pues se trataba de distraerse. Y volando por encima de todo, un inigualable Roger Moor: ¡qué Temple! Con el tiempo haría de James Bond.