Después de ver muchas adaptaciones del canon de Doyle, la serie soviética es la que me resulta más ingeniosa y divertida. A medida que avanzan los capítulos se supera la extrañeza original y uno va entendiendo, ante todo, la gracia de los personajes, por encima de un sobresaliente guión. El Holmes de Vasily Livanov transmite un carisma y calor humano que supera a las mejores interpretaciones (inclusive la de Jeremy Brett) , logrando una complicidad y una empatía verdaderamente entrañables con el doctor Watson. Incluso los personajes secundarios contienen detalles que denotan una profundísima comprensión del canon. En este capítulo vemos a un Charles Auguste Milverton (chantajista) verdaderamente repulsivo y a un Moriarti que parece sacado de una película expresionista de los años 20, es casi idéntico a la tarántula que Doyle describe en "El problema final". En otros capítulos como el perro de los Baskerville pasa exactamente lo mismo, los personajes son los que le dan gracia a la historia, Sir Henry, el mayordomo Mortimer y su mujer, el maquiavélico Stapleton, etc.

Ver esta serie los sábados de noche, en invierno, y al calor del recogimiento familiar, debía ser lo más parecido a estar junto al fuego y contar aquellas historias de miedo que ya no se cuentan. Puede que mi impresión esté contaminada por la nostalgia, pues no recuerdo haberlo pasado tan mal (o bien según se mire) con la excepción de las 3 o 4 películas de terror míticas de los 70.

Los capítulos autoconclusivos recuerdan a aquellos que posteriormente se harían en la notable "Gritos en la noche" (2001) pues están a medio camino entre el terror, el thriller y lo fantástico, siendo tremendamente recordado "Juego de niños" por su ambiente opresivo y agobiante (agudizado por la música de David Bedford, cuando las bandas sonoras contaban con instrumentos reales). También guardo gran recuerdo del impactante final del thriller "La herencia Corvini".

Hay que decir que otros episodios (Tattoo, La pista de tenis) eran más flojillos, más de terror convencional y tópico, pero en líneas generales y en conjunto se trataba de una buena serie.

Es sorprendente. Las primeras películas Villeneuve son magistrales. Pero desde hace unos años está desperdiciando el tiempo en megaproyectos de ciencia ficción para críos.

Respecto a la película, me dio la impresión de ser un batiburrillo de todos los efectos y sonidos vistos en los últimos años (la Llegada, Prometheus, etc.) salpicado de una estética presuntamente artúrica y homérica. El personaje principal, un teenager flacucho, y el guión (una especie de guerra de las galaxias) tampoco dan mucho de sí.

Me parece una maravilla. Las imágenes aéreas de la España ochentera son impagables, pero lo es más todavía la música y la declamación de José María del Río, lejos de la frialdad robótica y exhibiciónista del mundo audiovisual actual. Hay poesía y reflexión, se cuida el lenguaje y la pausa. Lo único matizable, si es que hay algo que matizar, es el contínuo subrayado basado en el efecto sonoro (aparece un pájaro, ruido de pájaro, aparece un monasterio, ruido de campanas), algo tal vez innecesario dado que la voz y la música lo llenan todo. Incluso así, hasta a veces queda bien.

Le peli se deja ver, no deja indiferente a nadie y, a pesar de su excesiva duración, deja con la intriga de a dónde conduce tamaño batiburrillo de barbaridades y exageraciones. Hay mucha metáfora autocomplaciente sobre su propia obra, algunos subrayados discutibles con el tema de la divina comedia, pero no me parece mala peli. Más que la violencia explícita, lo que chirría es el mensaje nórdico de desesperanza, nihilista, descreído, que al menos en Melancolía (2011) sí estaba traído a cuento.